lunes, 8 de febrero de 2010

NOSTALGIAS.




Hoy desperté con un dolorcito en eL alma. Abrí las cortinas y estaba lloviendo así como llovía en esas mañanas de junio en Santiago de Chile, cuando mi amada venia a despertarme y hacíamos el amor con el plick plick plack plick plack de esa lluvia triste y nostálgica. Pero estoy en Copenhague y hace siglos que no veo a esa querida mujer.

¡Dios mío, hace cien años que no veo a mi Santiago de CHILE! me dije, como despertando de un sueño longévido y abrumador. Me levanté, me duché, me vestí y salí a caminar bajo la lluvia.

Había amanecido y el día levemente gris calzaba a la perfección con mi estado de ánimo. No habia gente, sólo un perrito extraviado que se acercó a mí llorando y pidiéndome compañía. Yo le di mi mano a olfatear y le gustó mi olor a tabaco, Nescafé y jabón. Me siguió.

Pasó un auto. Palomas volaron desde una antena al tejado de una casa de puro aburridas. Chincoles jugaban en las posas de agua."Mi" perrito al que bauticé "Roberto", encontró una caja con media pizza y me ladró pidiéndome permiso. Le hice un ¡vamos! y se la tragó con fruición en tres masticadas. Lamió la caja con precisión y se acercó a mí movíendo la cola con extrema felicidad

Seguía lloviendo.

El diarero, Stanley, pasó en su mountain bike y me gritó a manera de saludo "¡Loco, estás empapado!" No le hice caso pero a "Roberto" le dio un ataque de ladridos. Miré mi reloj y eran las seis de la mañana. Nos encaminamos hacia la Calle Larga de Valby.

Ahí la falta de seres humanos era total. Los negocios cerrados y el Café Ciré también. Si no hubiera sido por esta profunda saudade por Santiago, este paseo se habría tornado aburrido y no nostálgico.

Pasó bicicleteando "La Chancha". La mujer que vive en el tercer piso frente a mi ventanal. Tiene la piel rosada y avejentada como la de un cerdo a punto de ser sacrificado. Siempre se ha negado a saludarme a pesar de que ya ha vivido en el barrio quince años. Me mira desde su ventana cuando salgo de la ducha y me seco en el living. Me niego rotundamente a cerrar las cortinas porque no es mi problema.

Es extraña esta Calle Larga de Valby sin transeúntes y sin milagros. Me da la precisa dosis de nostalgia que necesito... ¿Seré masoquista? El siempre sonriente Piérre abrió las puertas del Café y se dedicó a sacar sendos barriles cerveceros vacíos: "Bonjour, monsieur Ián! ¿Que es que cé? ¿Le Tristeze, le nostalgí, le saudade? ¿Sa va?", me grita desde el otro lado de la calle.

"Roberto" le ladró un par de veces a manera de respuesta y espantó a las palomas que ahora comían granitos de arena en la vereda. Pasó trotando un pastor alemán empapado pero "mi" perro, pequeño y lánguido lo mantuvo alejado con una inteligente táctica: simplemente se negó a olerle los genitales.

Me senté en un banco y sonaron las campanadas de una iglesia. Pasó marchando "El Milico" y nos dijimos ¡hej!. Vive en un departamento en mi edificio. Es altísimo y flaco como un hueso. Yo le digo El Milico porque siempre camina como marchando y sube y baja las escalas a saltos gigantescos a pesar de sus setenta años o más de edad. No tengo idea de qué hace ni a dónde va siempre tan apurado.

La Calle Larga de Valby comenzó lentamente a poblarse.

Pasó el "ciclista", con la cabeza agachada y su bolsón de cuero colgando de un hombro, siempre arrastrando su viejísima bicicleta. Yo le dije ¡hej! y el me miró atónito, desconcertado, sin contestarme. Como de costumbre.

Divisé a la distancia a un grupo de personas corriendo hacia donde estábamos. ¡Eran los vikingos milagreros! Se instalaron en la plaza, cerca de mí y se pusieron a asar jabalíes salvajes y a tomar miøl en gigantescos jarros cerveceros. Con sus cascos con cuernos de toro y sus túnicas marronas se veían temerosos.

Llegó también Per, el organillero, produciendo siluetas de colores cada vez que hacía girar su manivela. Los vikingos cantaban con sus voces de bajos y las vikingas cuidaban a los niños y bebés. Y Per gritaba "¡siluetas para los niñitos! Siluetas de colores para los niñitos!"

"Roberto" aullaba descontrolado y mi querida nostalgia fue transformándose en una alegría desagradable.

Cesó la lluvia. Salió el sol. ¡Maldición, si yo estaba sintiéndome ¡tan bien! con mi saudade santiaguina.

Me encaminé a casa seguido por "Roberto" y me metí a mi cama nuevamente, buscando alguna dosis de nostalgia como para quedarme dormido y soñar con Santiago llovido en junio.

"Roberto" se tendió en el suelo rascándose una oreja y se quedó dormido soñando con el país de los perros felices...

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Octubre 2008




Ían Welden