Son las cuatro de la madrugada aquí en Valby, Copenhague. Salí a correr por la Calle Larga de Valby buscando a algún ser humano, pidiendo auxilio. La calle estaba desierta y oscurísima y me perseguían los fantasmas encolerizados de mi padre, mi abuelo, el cura de mi infancia, mi profesora, mi médico de cabecera, el carabinero de la esquina...
¡Confiesa, hijo de puta! me gritaban.
Busqué refugio en el famoso Café Ciré donde Piérre, el dueño francés, me escondió entre el tumulto de bebedores asiduos, fantasmas y milagreros. John F. Kennedy y Marilyn se me acercaron para ofrecerme refugio pero fueron interrumpidos por el magnífico fantasma de Sitting Bull quien cantando una letanía indígena me puso su cielo a disposición. El guerillero chileno Manuel Rodríguez me ofreció refugio en Til Til y Mao en la vieja China.
Pero no tuve tiempo de aceptar sus ofertas ya que un borrachísimo y destartalado pero sonriente Federico García Lorca me puso una mano en mi hombro y me dijo: Ven conmigo, viejo, ahí de donde vengo no hay fantasmas sino ángeles. nadie se atreverá a perseguirte, ni siquiera los cerdos negros que asesinan a corderitos blancos.
Pero el poeta tuvo que tragarse sus palabras porque justo en ese momento irrumpieron los fantasmas, cuan búhos salvajes cayendo sobre una pobre y sola laucha y tuve que escapar por la puerta trasera del café.
Ahora estoy oculto en mi departamento temblando de terror y de frío y están todos esos seres monstruosos golpeando en mi puerta y en mis ventanas. Está oscuro y faltan aún cinco horas para que amanezca. Mi teléfono no funciona y todos los vecinos están de vacaciones. Me siento terriblemente sólo y frágil.
¿Qué será lo que quieren que confiese? Mis pecados han sido todos venales y si se me olvida algún pecado mortal, lo siento en el alma.
¡Confiesa, hijo de puta!, insisten.
Confieso que me avergonzaba de mi padre cuando iba a verme al colegio, borracho. Sin embargo debo también confesar que lo sorprendí una vez limpiándose las huellas de lápiz labial ajenas para que mi madre no lo sorprendiera. Confieso que le robé cinco pesos a mi abuelo mientras dormía la siesta. Pero confieso también que oculto tras la puerta de la cocina, lo vi amenazando a Marta, la niña de la casa, para que se acostara con él so pena de perder su humilde trabajo.
Confieso que le mentí al cura en la confesión cuando me hizo la eterna pregunta: ¿has tenido malos pensamientos o deseos sucios? Pero yo confieso que lo vi manoseando a un niño en la sacristía.
Confieso que le hice trampas a mi profesora en un examen de matemáticas. Pero yo confieso además que la vi fornicando con un alumno en el gimnasio de mi colegio.
Confieso que me hice el enfermo ante mi médico de cabecera para no tener que ir a clases. Pero también confieso que mi mismo médico intentó violar a mi madre.
Confieso que mientras el carabinero de la esquina me estaba dando la espalda, crucé la calle con luz roja. Pero debo confesar que una noche oscura como esta lo vi torturando con su pistola de servicio a un pobre viejo vagabundo.
Pensé ingenuamente que mis confesiones los calmaría pero me equivoqué. Ahora están CIA, FBI, INTERPOL, KGB, El VATICANO, LA IGLESIA LUTERANA, Hitler, Mussolini, Pinochet y Stalin, Al Qaeda, Talibán, PLO, MOSAD, FONDO MONETARIO INTERNACIONAL, BANCO MUNDIAL, CONDORITO, TARZÁN Y JANE, BUÑUEL, LOS TRES CERDITOS Y EL LOBO FEROZ. Hordas de fantasmas coléricos destrozando mi humilde casita de paja.
Logro escapar por la escalera de incendio. Ahora voy corriendo desesperado por la Calle Larga de Valby.
No sé a quien llamar ¡Auxi...!
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