En estos," tiempos de la prisa", corremos de un país sin detenernos para disfrutar enteramente de un poema, un relato o una imagen Este relato está basado en un personaje de la vida real, Me encuentro con ella todas las mañanas desde hace quince años .
Jamás nos saludamos a pesar de que vive a dos pasos de mi departamento y hacemos las compras a la misma hora y en el mismo almacén.
Quince años, Dios mío!
Bueno, les dejo un abrazo inmenso y mis deseos de que este martes sea un día especialmente maravilloso.
Ian.
"Qué error es para la mujer esperar que el hombre construya el mundo que ella quiere, en vez de crearlo ella misma" Anais Nin (1903-1977)
Me dicen "la Chancha". Sé bien lo que
los vecinos ven en mí cuando salgo de mi departamento en
Copenhague con mis botellas vacías y mi rostro púrpura. Ven a una mujer apaleada por el dolor, que todas las mañanas compra su urgente ración de vodka y
cigarrillos. Ven mi cuerpo desproporcionado y mis desteñidas mechas amarillas. Ven a una chancha.
Vivo sola. La única visita que recibo es de la enfermera
estatal; cada quince días controla mis medicamentos y constata si aún estoy viva. El único resquicio de belleza que me queda
son mis ojos azules como el cielo.
A medianoche tirito
por las abstinencias. Me arrastro a mi balcón a respirar
aire fresco y a espiar al vecino del frente cuando sale de la
ducha. Lo observo a través de mi telescopio, es un hombre bello que me recuerda el paraíso
perdido.
A veces lo encuentro en el
supermercado de la esquina. No desafío sus miradas despectivas a pesar de que hemos vivido frente a frente desde hace más de veinte años. Conozco su nombre, sus
secretos y sus más íntimos deseos. Yo nada espero
de él, es tan sólo un entretenimiento estético.
No siempre fui "la Chancha" Parte de mi
vida fui Eva, la de los ojos celestes y cabellos de
sol. La de "toda la vida por delante" Estudiaba astronomía en la
Universidad de Dinamarca y escribía poemas de amor y rebeldía
que publiqué en la gaceta estudiantil.
Me interesaba la luna, la inmensa soledad que hay entre ella y nuestro planeta. ¡TRESCIENTOS OCHENTICUATRO MIL CUATROCIENTOS
KILÓMETROS! nos gritaba el profesor Andersen.
Andersen me violó una noche de luna llena.
Yo tenía dieciséis años de edad y era ingenua Creí que me amaría toda una eternidad, pero me hizo abortar su hijo a golpes y logró
expulsarme de la universidad. Mi padre me echó de la casa y me dediqué a vagar por las calles congeladas y dormía en
los hacinados albergues del Ejército de Salvación Danés.
Como heredé la perspicacia de mi madre seduje al viejo director Henrik Petersen; él me instaló en un pequeño departamento en el sector de los prostíbulos de Copenhague. Además, me regaló un telescopio reflector newtoniano. Con éste exploraba
el sistema solar, mi querida luna y los desmesurados asteroides que
rondan por la galaxia.
Henrik me visitaba todos los días a la
hora de almuerzo salvo los fines de semana. Me violaba sin
preámbulos y luego me dejaba algún dinero. Veía amantes debajo de la cama u ocultos en
el baño. Me encerró
con llave y sus violaciones se tornaron más violentas.
Me traía vodka y me obligaba a
beberla. Me golpeaba, me quemaba con cigarrillos y en un
arranque de locura me cortó la cabellera con un
cuchillo de cocina. No puedo entender cómo no salté
antes a la calle desde mi ventanilla.
Saltar no fue intento de
suicidio, sino un acto de emancipación de una joven desesperada. Sólo llevé conmigo mi muñeca de trapo. Cuando abrí los ojos un ángel vestido de
blanco me observaba con preocupación. Usaba guantes de goma y una
mascarilla le cubría la mitad del rostro. La cabeza me dolía y apenas
podía mover mis piernas. "No tengo alas aún..." recuerdo que le dije.
"no las necesitas, tienes mucha suerte" me contestó con una sonrisa.
El Hospital Psiquiátrico del
Reino me reconcilió con el mundo por un tiempo. Mis ángeles eran
médicos cariñosos. Cumplí mis
diecisiete años de edad bajo su protección y vi como mi cuerpo de niña se transformó en el de una magnífica mujer.
Un amor me sorprendió en los jardines del hospital. Andrei, con su espíritu de niño juguetón me robó un beso y desde ese momento fuimos inseparables.
Escribíamos poemas de amor y conversábamos abrazados bajo los cerezos en flor. Me sentía rescatada del
infierno y de las pesadillas. Me atreví a soñar con un hogar.
Mi madre me visitó una tarde trayéndome un
ramo de flores ya secas. Me escupió en la frente y me dijo que mi padre
había fallecido de vergüenza. "Haz que estudie, hijo mío" le dijo a Andrei dándole un obsceno beso en la boca.
Mi recién adquirida confianza en
la existencia se hizo trizas. Caí en un precipicio de desolación.
Los ángeles del estado danés me bombardearon con medicinas y mixturas experimentales. Andrei me leía citas del filósofo Søren Kierkegaard, intentando hacerme salir de mi
oscuridad. "La angustia es el vértigo de la libertad". Luego se
transformó en contrabandista trayéndome botellas de vodka que yo me zampaba
en pocos segundos logrando un estado de insensibilidad total. No le
temía a la muerte ni a la vida. Ni siquiera sentía indiferencia.
Mi poesía se
tornó incolora y amenazante. Andrei se sintió excluido y
cayó a su propio agujero de terrores. Y ahí estábamos los
dos, cada cual en su túnel.
La jefa del hospital, Ángela, no nos dejó morir. Nos trasladó con
camas y petacas a su propia oficina y nos cuidó con la
ternura de una madre. Ángeles y otros mortales entraban y salían como si
fuera la Estación Central de Copenhague. Creo que esa actividad febril
nos hacía bien. Pero en las noches caía un gran silencio ; nos cantaba
canciones de cuna y nos alimentaba con biberones de leche
materna que ella misma producía ya que recientemente había dado a luz a
su primera hijita.
Durante varios meses nos hizo renacer, hasta que una mañana Andrei despertó y desde su cama me lanzó un beso. Angelita rió feliz al ver el magnífico beso volando a través de la oficina.
Pasaron los meses hasta que un día Ángela recibió el Premio Danés
de la Paz por su ya célebre Nueva Terapia del Renacimiento. También fue
nombrada ministra de salud y como último gesto de
cariño hacia nosotros, nos regaló una casita con jardín y una Biblia con páginas en blanco para mis poemas.
Andrei y yo nos casamos en nuestra
nueva casa una soleada madrugada de junio. La historia de su vida había sido un enigma para mí Cuando lo perdí para siempre por otra mujer,
se llevó sus secretos junto con mi cordura en una vieja maleta de
plástico.
Busqué a
Ángela y después de deambular por pasillos solitarios y
golpear en las puertas de cientos de oficinas sofocantes, la encontré pegada a su taburete de ministra, dando órdenes y firmando . No me
reconoció.
Yo cobraba cada mes el cheque de la Oficina de Seguridad y Bienestar Social del Estado. Por las noches escudriñaba la galaxia en busca de algún ser
con quién poder hablar y me abrazaba a mi muñeca de trapo,
atontada por el alcohol pero, sobre todo, por la vida misma.
El incendio simplificó las cosas y borró
todas las huellas de Andrei de una vez por todas. Solamente
alcancé a rescatar el telescopio. La policía me trató con amabilidad y
no me encarcelaron.
Y volví a vagar por las nevadas calles de
Copenhague arrastrando mi telescopio y durmiendo en los albergues del
Ejército de Salvación. Pera ya no era joven. Ya era "la Chancha"
"Chancha de mierda!", me gritan los
crueles jovencitos. En algunas ocasiones se
detienen ante mi departamento en la noche y tocan sus bocinas durante
horas despertando a todo el vecindario. "¡Cerda puta, marrana borracha,
puerca bastarda!", cantan felices mientras queman tachos de basura hasta la
madrugada, y la policía observa impasible riendo a carcajadas.
Niños pequeños me lanzan huevos en la calle y perros me ladran y
persiguen.
Sin embargo, Jensen, el dueño del almacén
donde compro mis provisiones, es una persona amable. Me trata con respeto y me da crédito. Su bondad me hace llorar, me seca las lágrimas con su
propio pañuelo y me da palmaditas en los hombros.
Un cartero me visitó hace como mil años
atrás. Con el pretexto de preguntarme algo, una dirección, ya no
recuerdo la simpática conversación que
terminó en mi cama. Me amó con delicadeza y maestría regalándome un
orgasmo de treinta minutos. Como toda chancha soy omnívora y me alimento
con los restos de la verdulería del señor Mohammed a la vuelta de la
esquina.
O sea que aún existen seres nobles y generosos en este mundo, supongo.
"El acecho".por Ían Welden
es verdad amigo, que ir de un país a otro lleva su tiempo y es verdad que esa joya anda escaseando...pero tu relato me ha atrapado.
ResponderBorrares una historia desgarradora que en ningún momento, ni uno solo, deja de translucir un alma sensible y bella, que a fuerza de golpes, se esconde y camufla detrás un espejismo, el de "la chancha".
un abrazo fuerte.
Tremendo relato, exquisito en toda su forma, reflejando, trasluciendo la belleza y la vida de La Chancha...
ResponderBorrarAmigo, gracias por ser como eres, por tu arte, tu sensibilidad y humanidad.
Un fuerte abrazo!!!
Sos un escritor impresionante, estaba sin tiempo, cansada de ir de un país a otro, dolorida, con frío y se me pasó todo leyéndote, me metí en el cuento de principio a fin, gracias!!
ResponderBorrarBesos y buenas noches!!
En todas partes, por pequeño que sea el lugar, habitan Chanchas y demás almas temblorosas de soledad, abandono y miedo.
ResponderBorrarBesos