Dibujo de Ian Welden, Valby Copenhague |
Tiene mi corazón un llanto de princesa
olvidado en el fondo de un castillo desierto"
"Tengo miedo", Pablo Neruda.
Me llamo Juan Valdés y soy un refugiado que llegó a Dinamarca en la década de los años mil novecientos setenta. Huí de la violencia que surgió en las entrañas de mi patria Chile; usurpó nuestro orgullo, asesinó y lanzó al destierro a quienes nos opusimos a sus pesadillas.
Caminé muchos años por las calles de este tranquilo país y llegué finalmente al barrio de Valby, ciudad de Copenhague. Hace tantos años atrás ya Brian Svendson cometía crímenes. Era un niño sueco de diez años de edad, piel rosada como la de los cerditos, ojos azules dañinos y cabellos anaranjados. Casi un gigante en comparación con los otros pequeños de este pacífico suburbio de gente silenciosa y trabajadora. Aterrorizaba a sus compañeros de juegos con golpes, amenazas y extorsiones. Insultaba y escupía a sus profesores. Cuando un día me robó la bicicleta fui de inmediato a su casa para hablar con sus padres, encontrándome con la sorpresa de que no los tenía. Ambos habían muerto en cárceles suecas, derrotados por el alcohol, la heroína y la prostitución, según me contó el verdulero de la esquina de mi calle.
Tenia una abuela cruel y prepotente. Azotaba a su nieto con la hebilla de metal de su cinturón de cuero, lo privaba de amistades y de ir a la iglesia. Ante mi queja del robo se rió, me insultó "cerdo de mierda" y tiró la puerta. Sintiéndome impotente por mi condición de extranjero pobre e indefenso intenté olvidar el asunto. Pero en el futuro las paradojas de la vida me lo hicieron recordar de manera irónica y brutal.
Muchos años después, Brian Svendson aún vivía en Valby. Se había convertido en un delincuente peligroso. Asaltaba pequeños negocios con su ya célebre navaja automática. Se emborrachaba en las tabernas locales en los que provocaba tumultos y riñas violentísimas. La policía lo había detenido en muchas ocasiones pero las leyes de este país lo mantenían libre en las calles bajo vigilancia. Aún no había matado a nadie, decían. En las madrugadas sus alaridos de bestia enloquecida se escuchaban por todo el barrio: "Soy inmortal! Soy Lucifer el todopoderoso y he venido desde el fuego eterno para hacerlos pagar! ¡Malditos daneses! ¡Soy invencible!"
Había que intentar pasar desapercibido cuando uno se encontraba con él en los oscuros recovecos y callejones del sector. Brian jamás me había molestado como era su costumbre hacerlo con otros vecinos, incluyendo a mujeres, niños y ancianos. Siempre nos habíamos observado con cautela cuando nos encontrábamos en las oscuras y nevadas callejuelas del barrio. Yo le tenia miedo y él lo sabía. Pero también existía algo parecido a la empatía entre nosotros. Supongo que algún instinto, algún dolor lejano de desarraigo nos acercaba. Acostumbraba llevar libros de poesía en una bolsa de plástico que leía sentado en un banco de la placita, hediendo a ira y soledad. Jamás le conocí amigos. Tenía un apodo que usábamos en secreto para referirnos a él entre los habitantes de Valby: El Cerdo Sueco. Supongo que ya lo sabría y se avergonzaría por ello. Apodar de cerdo a alguien en Dinamarca es una ofensa denigrante y gravísima. Y yo ya lo había experimentado en mi propio ser
.
Por las noches,con un tarro de pintura y una brocha, escribía una amenazante consigna roja en los blancos muros del barrio: "BRIAN JAMÁS LLORA! ¡ATACA!" Y en las nevadas aceras matutinas un hilo colorado conducía hasta la puerta de su inmundo departamento. En esas ocasiones yo creía ver el viejo fantasma de su abuela ya muerta montada en una escoba y graznando como un cuervo sobre los techos del barrio.
Una noche, el Cerdo se extravió en los laberintos de su naturaleza agresiva. Desperté sobresaltado con gritos provenientes del departamento de mi vecina Eva. Eran urgentes rugidos de hombres luchando, entre los cuales reconocí de inmediato los bestiales alaridos de Brian. Salí rápidamente al pasillo. Cinco enormes guardias armados intentaban sin mucho éxito pacificar al sueco.
Afuera en la calle un grupo paramédico atendía a mi vecina quien yacía llorando desconsolada mientras sangraba en el interior de una ambulancia. Brian había amarrado a Eva a una mesa y había intentado violarla luego de haberle propinado una paliza que casi le destrozó la cara. Algún vecino anónimo dio la alarma y la eficaz policía danesa impidió que la solitaria anciana fuera asesinada.
Yo era el único vecino presente durante el arresto. Por primera vez me atreví a dirigirle la palabra al Cerdo."Hijo, se acabó tu libertad para siempre. Usa este largo tiempo que te espera para llorar. Ya no más para causar sufrimiento..." "¡Brian no llora; ataca!", respondió con la voz asustada de un niño muy pequeño. Me miró unos segundos con angustia. Su mueca burlona había desaparecido y tenía minúsculas pero auténticas lágrimas en los ojos.
Después de algunas semanas Eva regresó ya recuperada del Hospital del Reino. Como no tenía familiares ni amistades el estado danés le puso dos enfermeras a su disposición para que la cuidaran. La misma noche de su llegada me invitó a celebrar su retorno con unas polvorientas botellas de vino chileno. Las bebimos en silencio haciéndolas durar hasta el amanecer, como si se tratara de alguna ceremonia religiosa.Y los vecinos de Valby reanudamos nuestras rutinas y quehaceres como siempre en silencio, bajo la nieve y sobre el hielo. No hablábamos del Cerdo pero tristemente sentíamos algo parecido a la nostalgia o a la compasión en nuestros corazones.Y hoy me llegó la carta:
Sr. Juan Valdés, Valby 2500
Copenhague, Dinamarca
Hola señor Juan,
He aprendido que cuando las mujeres lloran
Hola señor Juan,
He aprendido que cuando las mujeres lloran
lo hacen en silencio.
Ocultan sus lágrimas en pañuelitos blancos
junto a otras mujeres en pena.
Cuando los hombres lloramos
lo hacemos solos
y desencadenamos violentos diluvios de agua salada
y alaridos de bestias salvajes perdidas en las noches.
Y sin embargo ese llanto de mujeres
con sus coches y bebés también llorando
cambian al mundo con mayor fuerza
que nuestros gritos y golpes y volcanes en erupción.
Aquí en la cárcel yo lloro en el baño
solo y bajo llave
como las mujeres, en silencio,
para que los otros hombres no me vean.
Por favor no le cuente esto a nadie.
Atentamente,
Brian Svendson
El cerdo sueco
Penitenciario Central
Dinamarca
.
.
Sobrecogedora historia.
ResponderBorrarMe pusiste los pelos de punta.
Ciertamente, la educación que recibimos de pequeños marca nuestros caminos. También es cierto que no vale generalizar, que no todos los niños con un sufrimiento excesivo que carecen de niñez se convierten en monstruos asesinos y malvados, o simplemente seres que hacen daño por puro placer, los hay que de buena cuna tambien lo hacen, por eso no vale la generalidad para ningun caso.
Lo que bien es cierto, es que al cerdo, seguro que su infancia le marcó mucho el carácter.
A veces se sienten poderosos frente a los demás y es como un escudo que ellos mismos aprovechan para no demostrar que en el fondo también son débiles y lloran, como todo ser humano. Pero mientras dura el supuesto poder frente a los otros, siguen haciendo daño, porque no son capaces de apreciar ni tan siquiera lo que están haciendo.
Sólo cuando son ellos mismos los que se ven encerrados en su propio yo, despojados de toda coraza es cuando verdaderamente se dan cuenta de todo lo que hicieron y de lo que realmente son, y lloran, claro que lloran, como cualquier ser humano, al sentirse tan débil como el que más.
La verdad es que la historia da para muchisimas reflexiones... pero lo importante es que este chico, aprendió y supo ver que no es un dios, ni es invencible, que a veces, basta con un encierro para descubrirte a ti mismo,llorando en silencio y protegiéndote de los demás para que nadie vea que tambien eres débil, y tienes miedo.
Genial el relato.
Impactante.
Besos mediterráneos.
Pobre del ser humano que no llore, más allá de su sexo, porque a quien no llora se le vuelve una piedra el corazón.
ResponderBorrarIan, el relato me ha estremecido.
Tu estilo, tu contundencia, tu manera de hacer de lo tremendo una reflexión positiva...
Besos
Ian, me alegro de que acabara en la cárcel este tipo. Y no me conmueven lo más mínimo sus palabras lastimeras. Durante mucho tiempo aterrorizó al vecindario y pegó a mujeres. No merece la piedad que él no tuvo hacia sus semejantes.
ResponderBorrarTerrible relato que muestra a esos seres que, de vez en cuando, surgen, de la sociedad para aterrorizarnos a todos.
Un abrazo para ti.
Hay veces, que solo el llanto descarga todo la desazón que acumulamos con el tiempo, pero en algunos casos acercándonos tardíamente al arrepentimiento.
ResponderBorrarImpactante y reflexivo relato!
Besos y abrazos alados.
¡Hola Ian!
ResponderBorrar¡Ay amigo tremenda historia nos dejas hoy! Sé que este personaje se merece su castigo, no cabe duda. Pero también reconozco que la falta de amor cuando niño, marca mucho a las personas, a unas más que a otras.
No todos reaccionamos del mismo modo, hay quien tuvo una niñez desagradable o muy desagradable! Y sin embargo de mayor fue un modelo de persona. Pero no siempre ocurre esto.
Todos nacemos bueno: al nacer somos angelitos sin maldad alguna, luego a medida que vamos creciendo se va desarrollando nuestra mente nuestros sentimientos nuestros instintos.
Por lo tanto necesitamos que nuestros padres nos guíen nos eduquen con todo el cariño del mundo, nos enseñen con cariño el camino del amor, del respeto, la bondad, la tolerancia, la honradez, la sencillez, entre otras muchas cosas.
Quizá el haber nacido en un ambiente totalmente desordenado, haya afectado su cerebro y que su conducta sea un autentico infierno. Tanto para el prójimo como para él. Lo niños deben crecer en un ambiente de felicidad.
Es sumamente importante para un desarrollo humano.
Me quedo triste por esta escalofriante historia.
Te dejo un fuerte abrazo y mi estima siempre, desde este rincón de nuestra España. Que va un poco de capa caída. Feliz semana.
Ian amigo que historia, la vida a veces se pone dura con aquellas personas que parecen ser mas duras que la misma vida, no se, pero a mi me parece que las personas en el fondo todas somos iguales, y cuando nos duele el alma lloramos para desahogarnos, la historia de este hombre es muy terrible y lastimosamente si se sigue ese camino las cosas siempre van a terminar mal, lo que sembramos cosechamos, esa es la ley...
ResponderBorrarCatalogar comportamientos es sumamente fácil, lo hacemos a diario: ese es un sinvergüenza, merece su castigo, aquel actuó mal, yo hubiese hecho esto otro.., en fín..; solemos ser duros críticos con los demás y muy pocas veces lo somos con nosotros mismos.
ResponderBorrarEs cierto que existen actos imperdonables, pero si hemos de analizar, y tu relato da para ello, esos recriminables, horrendos, imperdonables comportamientos tienen en algunos casos un trasfondo que merece analítica. Hurgando en el pasado de esas personas seguramente encontraríamos la explicación de tales comportamientos que, por supuesto, merecen su castigo.
Amigo Ian, gracias por deleitarnos con tus excelentes relatos de los que siempre hay jugo que extraer.
Un abrazo
FINA