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La Nana brotó de las entrañas de Chile. Su destino estaba escrito en las leyes: § 1: No todos los chilenos son iguales. Algunos están destinados a mandar y la mayoría a servir. Tenía diez años de edad cuando llegó a Santiago con su bolsita de ropa, un espejo y una peineta. A María Soto Luna le faltaba un ojo. Ella soñaba, ¿en qué soñaría? ¿En una muñeca, un vestido nuevo, amigas? ¿En jugar?
Llegó a la casona de una familia adinerada y feliz. Le enseñaron a gritos a despejar la mesa, darle los restos de comida a los perros y encerar los pisos. Comía sola en la cocina mientras los patrones bebían coñac y fumaban habanos y Lucky Strike en el living.
La Nana brotó de las entrañas de Chile. Su destino estaba escrito en las leyes: § 1: No todos los chilenos son iguales. Algunos están destinados a mandar y la mayoría a servir. Tenía diez años de edad cuando llegó a Santiago con su bolsita de ropa, un espejo y una peineta. A María Soto Luna le faltaba un ojo. Ella soñaba, ¿en qué soñaría? ¿En una muñeca, un vestido nuevo, amigas? ¿En jugar?
Llegó a la casona de una familia adinerada y feliz. Le enseñaron a gritos a despejar la mesa, darle los restos de comida a los perros y encerar los pisos. Comía sola en la cocina mientras los patrones bebían coñac y fumaban habanos y Lucky Strike en el living.
A María se le asignó un cuartito sucio al lado de los perros. Colocó una estatuilla de la Virgen María en su velador. Allí soñaba con su pueblito de casuchas pintadas con cal, en valles, montañas y en la mamá muerta cuando ella nació.
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¡Sorpresa y alegría! La patrona dio a luz a una güagüita de pelo y ojos negros. Y María la adoró. Le enseñaron a limpiarla, a darle el biberón porque la patrona no tenía leche y lavar los pañales. La patroncita fue llamada Lucía Jane Mary Johnson Larraín. La Nana no fue invitada al pomposo bautismo, se quedó haciendo sus labores y pensando en Luciita a quien amaba como a su hermana menor.
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La Nana no recibía sueldo. ¿Qué iba a hacer una rota mocosa con dinero? Techo comida y trabajo. ¿Qué más quiere? ¡Carajo!
Lucía se transformó en una bella dama. Nana le escobillaba su cabellera larga, la vestía y le hacía la cama. También hacía las camas de los patrones, pasaba la escoba por toda la casa, enceraba los pisos, atendía a los patrones. Además, se ocupaba de preparar los pisco- sowers para el aperitivo, cocinar y servir el almuerzo de tres platos y postre y cafés, lavar la losa, limpiar la cocina... Y ver que a los perros tuvieran agua o comida.
Doña Lucía conoció a un funcionario de la embajada inglesa y se casó. La Nana no fue invitada a la ceremonia, pero tuvo el agrado de vestir a la novia y prepararle su ramo de flores. Qué dicha para Nana, que daría su otro ojo por servir a doña Lucía.
4
Lucía, mi madre, tuvo cuatro hijos. La Nana fue una segunda madre para mi. Sus órdenes eran ley. Mis abuelos y mis padres le dieron autoridad sobre nosotros los niños. Y sobre la otra niñita, Bernarda, que llegó a la casona con un bolso lleno de ropa e ilusiones.
Ernest bebía a escondidas y el patrón lo hacía en público. La Nana le cantaba a don Charlito para hacerlo dormir:
Estaba la pájara pinta
Sentadita en un limón.
Ay, ay, ay, sentadita en un limón...
Pero, ¿qué hago? Estoy hablando de mis padres y de mis abuelos. Mi familia, gente amada y venerada por mí. La Nana era parte de mi familia, mi segunda madre. Y Bernarda era como mi hermana mayor. Yo tendría seis años de edad cuando comencé a ver más de lo permitido. Me rebelé contra la § Nr. 1 en silencio. Sólo lo dije hasta cumplír los quince años. Ahí comenzó el intríngulis social, como cantó Víctor Jara. Pero mi abuelo era jovial, cariñoso y generoso conmigo. Mi abuela me protegía como un Ángel de la Guarda. Mi madre se habría sacado el pan de la boca para dármelo. Y mi padre era manso, ingenioso y dulce.
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La Nana trataba a Bernarda como ella fue tratada en su niñez. Y nos gobernaba a nosotros. Aún no recibía sueldo y dormía en el cuarto contiguo a los perros. Pero si necesitaba ropa, reparar sus anteojos oscuros, remedios para sus constantes dolores de estómago, lo pedía a Luciita, mi madre.
Seguía comiendo en la cocina, ahora junto a Bernarda y ambas nos servían y escuchaban ocultas tras la puerta las conversaciones de la familia Johnson. Ellas no tenían familia, jamás la tendrían.
El señor Ernest se emborrachaba en cada comida y el patrón y él discutían agresivamente sobre cualquier cosa.
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Nana odiaba al señor Ernest y él le temía a Nana. Y don Charlito miraba todo esto con horror.
La Nana compró una radio y los niños se la pedíamos prestada, hasta que se rompió. Nunca tuvo dinero para comprar otra. Se quedó sin escuchar las novelas de medianoche. Nana hacía un regalo de frutas de verano para las navidades y a don Charlito le hacía una torta de merengue para su cumpleaños. Ella tenía un sobrino, Pedro, quien la visitaba todos los meses. Pedro no era admitido en la casona y tenían que conversar en la intemperie. No es decente, es pardo, decían los patrones.
Nana se enfermaba cada vez más. Sus dolores de estómago eran insoportables. Vino un médico, de los baratos, a verla. No nuestro médico de cabecera. Diagnosticó histeria. "Está histérica, señora Lucía, no le haga caso". Nana consumía analgésicos como si fueran caramelos. Y tan solo comía una sopa aguada de maicena.
El señor Ernest sacó la foto de la Nana y don Charlito. Esta que se muestra aquí. Ella siempre le decía a don Charlito "No mire para atrás don Charlito; no vale la pena".
El alcoholismo de don Ernest se puso violento. Fue expulsado de la casona por el patrón y por Lucía. Perdió su trabajo en la embajada inglesa, perdió a su familia. Ahora rondaba por las calles adyacentes a la Estación Mapocho, mendigaba en bares y dormía en hoteles de mala muerte.
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Nana, a pesar de su histeria seguía administrando la casona. Instruía a Bernarda en las labores. Se levantaba a las cinco de la madrugada a alimentar a los perros. Se acostaba a las doce de la noche, luego de despertar a los niños para que orinaran en la bacinica porque se mojaban. Se dormía extenuada soñando como siempre con su pueblito, sus valles, sus montañas.
Don Charlito la veía flotar por los pasillos de la casona, en busca de alguna escoba. Subía la gran escala flotando para hacer las camas por las mañanas. Bajaba las escalas flotando y entraba flotando a la cocina. Le decía a Don Charlito que era porque le dolían los pies pero que era un secreto. Que no se lo fuera a decir a los patrones ni a Luciita.
Bernarda dejó de soñar con muñecas y riquezas. Aprendió cual era su posición en la vida. Sin sueldo. § Nr. 1.
8
La vida transcurrió: rápida para los patrones y su familia; lenta para la Nana y Bernarda. Los niños crecieron. El mayor se fue para siempre y la Nana lloró amargamente para siempre. Las niñitas se hicieron señoritas y don Charlito se transformó en don Charles.
Las señoritas ya no eran delegadas a la cocina para ayudar a la Nana con las tareas culinarias. Ahora, aparte de sus deberes colegiales iban a bailes los fines de semana y tenían novios que eran compañeros de curso de don Charles. Aspiraban a casarse y tener guagüitas blancas .
Una noche me desperté con los alaridos de mi nana. Intenté taparme los oídos con la almohada para no saber. Desperté a mi mamá y bajamos las escalas corriendo. La nana estaba en el suelo, en su cuarto. Gritaba como bestia herida. Estaba empapada en su orina y olía a excremento. Yo vomité. Bernarda rezaba un avemaría en un rincón. Me sorprendió su palidez. Ayudé a mi madre a acostar a Nana en su cama. Mi madre me pidió que saliera.
Yo corrí a mi cuarto, me escondí en mi cama y me quedé dormido. No recuerdo dónde estaban mis hermanas durante la crisis desatada que habría de marcar de por vida a mi familia.
9
La Nana murió.
Estaba en su lecho con su pelo canoso bien peinado y sin sus anteojos oscuros. Le vi su ojo ahora tan muerto como ella, por primera vez. Yo me fui al living y puse el disco Revolver de Los Beatles en el tocadiscos. Mi madre me increpó: ¡eres un desalmado!, tu Nana está muerta y tú lo único que piensas es en ti mismo! No era verdad. Yo no sabía qué hacer ni dónde hacerlo. Tan solo tenía la certeza de que ya no era un adolescente. La muerte de mi Nana me transformó, para mi sorpresa y horror, en un hombre.
La misa, organizada por Lucía, fue hermosa. El sermón modesto y adecuado a las circunstancias. Muchas flores blancas y un coro profesional cantó el Ave María de Franz Schubert.
El entierro en el Cementerio General de Santiago fue muy extraño. Estaban don Charles, doña Lucía y los ayudantes. Nadie más. Don Charles abrió la ventanilla del féretro y observó a la Nana. Tenía sus anteojos oscuros. ¿Para qué? Lucia y los ayudantes conversaban a un lado de la tumba familiar y don Ian vio a la Nana saludándolo y diciéndole: Iancito, no mires para atrás; no vale la pena.
La encerraron para siempre en la tumba familiar. La lápida de la familia Johnson era impresionante. Ahí estaban los nombres de otros cadáveres Johnson Larraín sepultados durante los pasados años. A la Nana le pusieron una humilde piedra apartada de la lápida, la torpe inscripción NANA hizo que don Ian llorara como si jamás antes hubiera llorado en su vida.
La autopsia de mi Nana indicó cáncer al hígado. No pudieron detectar la histeria. Y en esos tiempos yo veía a la Nana flotar por los pasillos de la casona cantando:
Estaba la pájara pinta
Sentadita en un limón
Ay, ay, ay, sentadita en un limón...
Ay, ay, ay!
No recuerdo los días posteriores a su muerte. Bernarda asumió el cargo de asesora del hogar y llegó una nueva nana desde las entrañas de Chile. Los valles y las montañas. Y así se sigue repitiendo la historia, ad infinitum.
Fotografía: Ian Welden con su nana María Soto Luna
Estaba la pájara pinta sentadita en el verde limón/con el verde picaba la hoja y con la hoja picaba el amor/ Ay mi amor, Ay mi amor... Cuántas veces he cantado de niña estas palabras Ian. Con alegría, en la calle, junto a otras chiquillas de origen humilde, como yo, pero, afortunadamente, con infancia, y libres. La predisposición del sistema, su sistemática y perversa repetición nos hace creer que las cosas son como tienen que ser. Sin preguntas. Sin alterar el sueño, sobre todo del que se beneficia del sistema. Con la resignación de quien ignora que el ser humano no debería conformarse con lo que los demás imponen. Aunque me reconforta saber que Nana dejó una profunda huella, que su maternidad respecto a aquellos niños de otros no fue en vano. Y lamento, con un nudo en la garganta, que pequeñas, a quienes se les arrebatarán su infancia y sus sueños, sigan llegando para perpetuar la perversidad del sistema.
ResponderBorrarUn cálido abrazo, Ian.
Le asignaron un cuarto pequeñísimo y sucio al lado de los perros, esta frase me ha tocado la sensibilidad, precisamente hoy he estado hablando y pensando en esos niños y niñas, del tercer mundo, a los cuales les roban su niñez¡Que pena más grande!;Un placer siempre leerte Ian.
ResponderBorrarBella historia Ian, me recordo un tanto a mi niñes,... Tambien tenia una nana se llama Nicolasa le deciamos "Nico" y era buena y grande para mis ojos de niña, bueno ella si recibia un sueldo y mi mama la hizo casar "como Dios Manda", creo que las personas que cuidaron de nosotros fueron muy especiales, ya que nos entregaron un amor lindo y desinteresado, dejaron de lado sus intereses por servir a la familia que por cosas de la vida llegaron a amar con toda su alma, porque eso es lo que se siente despues de tantos años; ella ya esta viejita pero tiene su propia familia, es mas soy madrina de matrimonio de su hija mayor, ese amor y recuerdo permanece y es mutuo....
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