1
Es pasado el mediodía y mi abuelo duerme su tradicional siesta. El silencio en la casona es total y, con el calor del diciembre chileno, ve alucinaciones. Merodeo por el jardín de mi abuela
Graciela; inspecciono sus violetas, jazmines y lavándulas- Las fragancias me intoxican.
“Iancito, no vayas a despertar a tu Tata… toma, aquí tengo un vaso de limonada para ti…”.
Vuela, como mariposa, desde la terraza al jardín Me da la limonada con un beso en la frente. Ella, Graciela se pasa la vida más en el aire que en la tierra. Reparte cariños a diestra y siniestra, preocupándose de que todos estemos siempre contentos. Como un ángel.
“Yo quiero tener un jardincito, abuelita. ¿Puedo?”
Para mi alegría me asigna unos metros de tierra junto al gallinero. Planto frejoles blancos y negros convencido de que brotarán frejoles grises. Los distribuyo, hago la señal de la cruz y les canto una canción de cuna al cubrirlos. Ahora debo esperar un par de semanas regándolos todos los días. Graciela dice que en un mes tendremos suficientes frejoles como para una cena de Navidad.
Me invita a entrar al gallinero a recoger huevos. Ella conoce a todas las gallinas por sus nombres. Mi gallo se llama Shakespeare y sólo se deja acariciar por Graciela y por mí. Buscar huevos es como buscar tesoros y encontramos doce de los pardos, todavía calientitos.
“Para hacerte un bizcocho gigante, Iancito. La próxima semana es tu cumpleaños, ¡vas a cumplir cinco! ¿Te acuerdas?
2
Hoy mi abuela me lleva volando alrededor de nuestra vieja casona, ¿o será un sueño? Revisamos el techo para ver si hay agujeros y luego nos metemos por la chimenea.
“Tiene que estar muy limpia para que pueda pasar el viejo pascuero, Iancito”.
La antigua chimenea que ya nadie usa oculta recuerdos de su infancia y juventud. En pequeñas bolsitas de colores clavadas en las paredes están el alma de una niñita, viejos amores, un caballo, un perro cojo llamado Skippi…
“¡No intrusees tanto, niño, que te puedes quedar aquí para siempre!”
Y despierto llorando pidiendo a mi madre a gritos.
3
Hace menos calor y mi abuela y yo vamos a visitar a Misia Charito, quien tiene como mil años de edad. Vive sola en una casa esquinera que parece una iglesia. Nuestra calle se ve maravillosa con sus arcaicos bellotos y nogales y su acequia de agua parda, veloz.
Graciela camina a saltitos, se queda arriba en el aire unos segundos y vuelve a la vereda para saltar de nuevo. Salto con ella porque me lleva de la mano y logro ver los nidos abandonados en los árboles. Me dan pena.
Misia Charito está sentada en la oscuridad, como siempre. La casa es oscura y los ventanales son vitrós traídos de España hace muchos siglos, dicen por ahí. No me puedo imaginar muchos siglos. Apenas me logro imaginar el antes de ayer con la borrachera del Tata a la hora de la comida.
Mientras mi abuela y Charito conversan, yo subo las escalas al tercer piso. En un dormitorio que huele a naftalina yace el esqueleto de un gato. Este debe ser su cuarto. Está ordenado pero lleno de polvo y los muebles también oscuros parecen confesionarios. Entro a uno de ellos.
“Aquí podría vivir una familia entera!” grito. Y escucho un eco: ilia entera tera tera era a a…
“¡Qué estás haciendo aquí, niñito de porquería!” …suena una voz de ultratumba…
Aprisa bajo las escalas y me siento al lado de mi abuela. Misia Charito está contando la historia de una tataranieta que se casó con un capitán de barco que descubrió Las Indias.
4
Por suerte, ya estoy de nuevo en mi casa. Voy a mirar a mis frejoles y me los imagino que están soñando. ¿Qué soñará un frejol? ¿Tendrán pesadillas? Entro al gallinero y Shakespeare corre y vuela a mis brazos. Tiene un lindo plumaje negro y brillante y manchitas multicolores en el cogote. Su cresta es inmensa, como una montaña…
“¡No te encariñes tanto con ese pájaro, Iancito; un día te lo vas a tener que comer!”
“No le hagas caso a mi abuela, Shakespeare. Nadie te va a comer, te doy mi palabra de hombre. ¿Por qué me dice esa cosa tan terrible, abuelita?¡Y no es un pájaro, es un gallo de pelea para que sepa usted!”
Mi abuela termina de colgar la ropa lavada y vuela hacia la cocina. Yo la sigo y la observo desplumar a Blanca, una de las esposas de Shakespeare. Blanca era blanquísima. Tanto que a veces desaparecía.
“¿Por qué es tan fácil desplumar a la Blanquita, abuela?”
“Siempre resulta fácil el desplumeo, Iancito”. Y se pone a cantar:
“Yo desplumo, tu desplumas, el despluma. Nosotros…!
“Desplumamos”, río felíz “Vosotros desplumáis, ellos DESPLUUUUUMAN!”.
Sueño que mi gallo se come los frejoles; y me meo en la cama de puro odio y maldad.
5
Mi abuela me lleva a la iglesia Los Leones para que me confiese, por si acaso, como dice ella. A mí me gusta confesarme porque puedo inventarle cuentos al curita. Y él no me escucha porque lo único que le interesa es “¿Has tenido pensamientos sucios, hijo mío? ¿Te tocas en la noche?”. Yo nunca he entendido qué quiere decir. Y le digo que sí a todo y me manda a rezar diez padrenuestros y diez avemarías. Los rezos me los tomo muy en serio porque son como poemas misteriosos.
6
De regreso compramos empolvados en la pastelería. Yo me voy comiendo uno sintiéndome culpable por no tener pensamientos sucios ni saber cómo tocarme para agradarle al curita.
“Abuelita, ¿qué son los pensamientos sucios?”
“¿Qué estás diciendo con esa boca inmunda, niñito, por Dios?”
Ahora vamos de regreso a la iglesia a confesarme de nuevo. Mi abuela, furiosa, le regaló el paquete de empolvados a un niño mendigo y ahora me siento culpable por tener zapatos y ropa bonita y el pelo limpio y una casa y una cama… que aún debe de estar mojada por la suciedad que hice anoche. Pienso. Se me ocurre que ahora tengo un pensamiento sucio para contarle al padrecito.
7
¡Han matado a mi Shakespeare! ¡Encontré sus plumas negras junto a un coágulo de sangre! ¡Malditos! ¡Maldita abuela! ¡Maldito abuelo y maldita mamá! Y dónde andará mi papá borracho a quien quiero tanto! ¡Esta noche no puedo comer y voy a dejar de comer para siempre! Para que aprendan! Los muy tarados mentales!
“No llores, Iancito. Tu gallo estaba viejito y había que aprovecharlo. Yo te voy a comprar otro pájaro igualito y te juro que esta vez no lo vamos a comer…”
Mi abuela me hace cariño en el pelo y mi mamá me da un beso en la frente. Pero nada me consuela. Van a tener que meterme en una bolsa de color y colgarme adentro de la chimenea. No quiero vivir más.
Esta mañana enterré lo restos de Shakespeare al lado de mis frejoles que todavía no aparecen y les recé a todos un Padrenuestro y un Avemaría. Ahora me siento tranquilo y un poco más contento. Esta noche vamos a salir a pasear, me prometió mi abuelita. Mientras tanto, mato hormigas invasoras. Encontré el agujero por donde aparecen y se van en una fila muy ordenada hasta el gallinero a robar caca de gallinas. Yo las interrumpo y las voy matando con fósforos. No me vengan ahora a decir que es pecado porque por cada cien hormigas que quemo rezo un Yo pecador me confieso.
8
Volamos hacia el norte del planeta bajo un cielo estrellado. Mi abuelita quiere que salude a mi papá esta noche. No lo he visto desde que se fue de la casa hace un año. Lo extraño tanto que me duele el corazón todos los días. Pasamos sobre gigantescas ciudades iluminadas y montañas y valles solitarios como yo, algunas veces.
Ahora volvemos a casa y yo lloro aferrado a las manos de mi abuela. Mi papá vive en un subterráneo frío y oscuro en una ciudad perdida por ahí… me abrazó y me dio un beso y no olía a alcohol sino a menta. Me regaló esta moneda de plata de un dollar y ahora estoy despierto sentado en mi cama en la mitad de la noche. Pero si todo fue un sueño, ¿por qué estoy aferrando esta moneda entre mis manos? Grito “!mamá!” y ella acude de inmediato a mi llamado.
“¿Qué pasa, hijo mío? Fue tan sólo un sueño. Duérmete, mi amor”.
“No creo, mamá. Mira lo que me regaló el papá…”
9
“Ahora tengo que descansar, Graciela. Ya estoy viejo y el frío de este amable reino nórdico me cala el alma. Gracias por venir a visitarme esta noche. Gracias por tus locos y tiernos recuerdos. Déjame acompañarte a la ventana para que vueles de regreso donde el Tata”.
“Iancito, no vayas a despertar a tu Tata… toma, aquí tengo un vaso de limonada para ti…”.
Vuela, como mariposa, desde la terraza al jardín Me da la limonada con un beso en la frente. Ella, Graciela se pasa la vida más en el aire que en la tierra. Reparte cariños a diestra y siniestra, preocupándose de que todos estemos siempre contentos. Como un ángel.
“Yo quiero tener un jardincito, abuelita. ¿Puedo?”
Para mi alegría me asigna unos metros de tierra junto al gallinero. Planto frejoles blancos y negros convencido de que brotarán frejoles grises. Los distribuyo, hago la señal de la cruz y les canto una canción de cuna al cubrirlos. Ahora debo esperar un par de semanas regándolos todos los días. Graciela dice que en un mes tendremos suficientes frejoles como para una cena de Navidad.
Me invita a entrar al gallinero a recoger huevos. Ella conoce a todas las gallinas por sus nombres. Mi gallo se llama Shakespeare y sólo se deja acariciar por Graciela y por mí. Buscar huevos es como buscar tesoros y encontramos doce de los pardos, todavía calientitos.
“Para hacerte un bizcocho gigante, Iancito. La próxima semana es tu cumpleaños, ¡vas a cumplir cinco! ¿Te acuerdas?
2
Hoy mi abuela me lleva volando alrededor de nuestra vieja casona, ¿o será un sueño? Revisamos el techo para ver si hay agujeros y luego nos metemos por la chimenea.
“Tiene que estar muy limpia para que pueda pasar el viejo pascuero, Iancito”.
La antigua chimenea que ya nadie usa oculta recuerdos de su infancia y juventud. En pequeñas bolsitas de colores clavadas en las paredes están el alma de una niñita, viejos amores, un caballo, un perro cojo llamado Skippi…
“¡No intrusees tanto, niño, que te puedes quedar aquí para siempre!”
Y despierto llorando pidiendo a mi madre a gritos.
3
Hace menos calor y mi abuela y yo vamos a visitar a Misia Charito, quien tiene como mil años de edad. Vive sola en una casa esquinera que parece una iglesia. Nuestra calle se ve maravillosa con sus arcaicos bellotos y nogales y su acequia de agua parda, veloz.
Graciela camina a saltitos, se queda arriba en el aire unos segundos y vuelve a la vereda para saltar de nuevo. Salto con ella porque me lleva de la mano y logro ver los nidos abandonados en los árboles. Me dan pena.
Misia Charito está sentada en la oscuridad, como siempre. La casa es oscura y los ventanales son vitrós traídos de España hace muchos siglos, dicen por ahí. No me puedo imaginar muchos siglos. Apenas me logro imaginar el antes de ayer con la borrachera del Tata a la hora de la comida.
Mientras mi abuela y Charito conversan, yo subo las escalas al tercer piso. En un dormitorio que huele a naftalina yace el esqueleto de un gato. Este debe ser su cuarto. Está ordenado pero lleno de polvo y los muebles también oscuros parecen confesionarios. Entro a uno de ellos.
“Aquí podría vivir una familia entera!” grito. Y escucho un eco: ilia entera tera tera era a a…
“¡Qué estás haciendo aquí, niñito de porquería!” …suena una voz de ultratumba…
Aprisa bajo las escalas y me siento al lado de mi abuela. Misia Charito está contando la historia de una tataranieta que se casó con un capitán de barco que descubrió Las Indias.
4
Por suerte, ya estoy de nuevo en mi casa. Voy a mirar a mis frejoles y me los imagino que están soñando. ¿Qué soñará un frejol? ¿Tendrán pesadillas? Entro al gallinero y Shakespeare corre y vuela a mis brazos. Tiene un lindo plumaje negro y brillante y manchitas multicolores en el cogote. Su cresta es inmensa, como una montaña…
“¡No te encariñes tanto con ese pájaro, Iancito; un día te lo vas a tener que comer!”
“No le hagas caso a mi abuela, Shakespeare. Nadie te va a comer, te doy mi palabra de hombre. ¿Por qué me dice esa cosa tan terrible, abuelita?¡Y no es un pájaro, es un gallo de pelea para que sepa usted!”
Mi abuela termina de colgar la ropa lavada y vuela hacia la cocina. Yo la sigo y la observo desplumar a Blanca, una de las esposas de Shakespeare. Blanca era blanquísima. Tanto que a veces desaparecía.
“¿Por qué es tan fácil desplumar a la Blanquita, abuela?”
“Siempre resulta fácil el desplumeo, Iancito”. Y se pone a cantar:
“Yo desplumo, tu desplumas, el despluma. Nosotros…!
“Desplumamos”, río felíz “Vosotros desplumáis, ellos DESPLUUUUUMAN!”.
Sueño que mi gallo se come los frejoles; y me meo en la cama de puro odio y maldad.
5
Mi abuela me lleva a la iglesia Los Leones para que me confiese, por si acaso, como dice ella. A mí me gusta confesarme porque puedo inventarle cuentos al curita. Y él no me escucha porque lo único que le interesa es “¿Has tenido pensamientos sucios, hijo mío? ¿Te tocas en la noche?”. Yo nunca he entendido qué quiere decir. Y le digo que sí a todo y me manda a rezar diez padrenuestros y diez avemarías. Los rezos me los tomo muy en serio porque son como poemas misteriosos.
6
De regreso compramos empolvados en la pastelería. Yo me voy comiendo uno sintiéndome culpable por no tener pensamientos sucios ni saber cómo tocarme para agradarle al curita.
“Abuelita, ¿qué son los pensamientos sucios?”
“¿Qué estás diciendo con esa boca inmunda, niñito, por Dios?”
Ahora vamos de regreso a la iglesia a confesarme de nuevo. Mi abuela, furiosa, le regaló el paquete de empolvados a un niño mendigo y ahora me siento culpable por tener zapatos y ropa bonita y el pelo limpio y una casa y una cama… que aún debe de estar mojada por la suciedad que hice anoche. Pienso. Se me ocurre que ahora tengo un pensamiento sucio para contarle al padrecito.
7
¡Han matado a mi Shakespeare! ¡Encontré sus plumas negras junto a un coágulo de sangre! ¡Malditos! ¡Maldita abuela! ¡Maldito abuelo y maldita mamá! Y dónde andará mi papá borracho a quien quiero tanto! ¡Esta noche no puedo comer y voy a dejar de comer para siempre! Para que aprendan! Los muy tarados mentales!
“No llores, Iancito. Tu gallo estaba viejito y había que aprovecharlo. Yo te voy a comprar otro pájaro igualito y te juro que esta vez no lo vamos a comer…”
Mi abuela me hace cariño en el pelo y mi mamá me da un beso en la frente. Pero nada me consuela. Van a tener que meterme en una bolsa de color y colgarme adentro de la chimenea. No quiero vivir más.
Esta mañana enterré lo restos de Shakespeare al lado de mis frejoles que todavía no aparecen y les recé a todos un Padrenuestro y un Avemaría. Ahora me siento tranquilo y un poco más contento. Esta noche vamos a salir a pasear, me prometió mi abuelita. Mientras tanto, mato hormigas invasoras. Encontré el agujero por donde aparecen y se van en una fila muy ordenada hasta el gallinero a robar caca de gallinas. Yo las interrumpo y las voy matando con fósforos. No me vengan ahora a decir que es pecado porque por cada cien hormigas que quemo rezo un Yo pecador me confieso.
8
Volamos hacia el norte del planeta bajo un cielo estrellado. Mi abuelita quiere que salude a mi papá esta noche. No lo he visto desde que se fue de la casa hace un año. Lo extraño tanto que me duele el corazón todos los días. Pasamos sobre gigantescas ciudades iluminadas y montañas y valles solitarios como yo, algunas veces.
Ahora volvemos a casa y yo lloro aferrado a las manos de mi abuela. Mi papá vive en un subterráneo frío y oscuro en una ciudad perdida por ahí… me abrazó y me dio un beso y no olía a alcohol sino a menta. Me regaló esta moneda de plata de un dollar y ahora estoy despierto sentado en mi cama en la mitad de la noche. Pero si todo fue un sueño, ¿por qué estoy aferrando esta moneda entre mis manos? Grito “!mamá!” y ella acude de inmediato a mi llamado.
“¿Qué pasa, hijo mío? Fue tan sólo un sueño. Duérmete, mi amor”.
“No creo, mamá. Mira lo que me regaló el papá…”
9
“Ahora tengo que descansar, Graciela. Ya estoy viejo y el frío de este amable reino nórdico me cala el alma. Gracias por venir a visitarme esta noche. Gracias por tus locos y tiernos recuerdos. Déjame acompañarte a la ventana para que vueles de regreso donde el Tata”.
Amigo, que belleza!!! A sido un verdadero deleite leerte.
ResponderBorrarAbrazos.
wowww...¡que lindo relato!
ResponderBorrarMe entretuve leyendote.
Besos mil.
:)
ResponderBorrarGracias Ian, por todos estos ratos.