miércoles, 29 de agosto de 2012

LA FRÁGIL HAZAÑA DE EXISTIR





                            Montaje fotográfico de Ian Welden. ©

           

Queridas amistades, este relato mío lo publicó REVISTA ARENA Y CAL ESPAÑA. Lo escribí en 2010 y tuvo acogida entre mis lectores pero no así con los editores quienes me aconsejaron no publicarlo por extenso y porque el tema de la guerra mundial "...es demasiado largo,  aburridor y  no actual".  Creo que mi relato anti bélico- ha molestado a los apologístas de la guerra y de los armamentos, incluyendo los nucleares y químicos.

Un abrazo desde Copenhague,
Ian.


“Me vuelvo a sus antiguos profetas del Viejo Testamento y las señales que predicen el Armagedón, y me pregunto si... si nosotros somos la generación que verá ocurrir eso. No sé si habrán notado algunas de las profecías recientemente, pero, créanme, ciertamente describen los tiempos en que estamos viviendo.”


El remezón de las explosiones me derribó. Caían estructuras de cemento, cenizas y polvo negro sobre nuestra Ciudad de los Santos Crucifijos. Y antes de los quejidos de los sobrevivientes hubo un silencio. En ese instante comprendí la  magnitud de lo que ocurría Caminé a tientas entre el detrito y los caídos.

"¿Hay alguien por aquí? ¿Alguien vivo?"
"Yo estoy vivo pero no puedo ver... ¡creo que estoy ciego!"
"Yo tampoco puedo ver, ¿quién eres tú?"
"Juan..."
"Me llamo Rosa..."
"¡Estoy cubierto de sangre! ¡Ayúdame!"

En la distancia vi luces que acercaron hasta detenerse ante mí. Individuos uniformados de negro y con ametralladoras me cegaron con sus focos de neón. O sea que no estaba ciega, constaté orinándome de pavor.

"¡Aquí hay dos civiles vivos, comandante! ¡Una mujer y un hombre!"
"Despáchelos!"

Corrí en la oscuridad y sus balas no me alcanzaron. Mis ojos se adaptaron  a la penumbra y, enloquecida, salté charcos de sangre y cráteres humeantes. Multitudes de adultos y niños  yacían entre los escombros y aullaban de dolor. No vi a más soldados y noté que alguien corría tras de mí.

"¡Soy yo, Juan! ¡No te asustes, por favor, Rosa! No me despacharon los soldados... Cayó una bomba..." 
"¿Por qué me persigues?¿Qué quieres, por Dios?".
"¡No te persigo! ¡Necesito estar con alguien... Tengo miedo!"

Nos refugiamos entre las ruinas del Estadio Dominical. Dormí, no sé si por una semana o un mes. Desperté hambrienta y con mucha sed. El cielo aún estaba negro, pero no se escuchaban más explosiones. Cientos de sobrevivientes deambulaban por los escaños. Dormían acurrucados y tiritaban de frío bajo los asientos semidestruidos. No habían cadáveres, pero de la oscuridad colgaba un constante murmullo, una letanía de horror casi religiosa.

"Buenos días, Rosa. O buenas noches...Me duele mucho la cabeza...
"Estás sangrando. Toma: amárrate mi bufanda alrededor de la herida".
"Gracias. ¿Dónde estamos?"
"En las ruinas del viejo campo de fútbol. El Estadio Dominical..."
"No hay soldados por aquí ni se escuchan más explosiones. Pero siguen lloviendo cenizas..."
"Creo que se acabó la guerra."
"¿Quiénes ganaron?"
"Sólo sé que nosotros lo hemos perdido todo".

Un hombre quemado cojeó hasta nosotros para ofrecerle a Juan una botella de agua a cambio de mí. También sostenía una navaja. Juan rió nerviosamente. Una madre rogó de rodillas al hombre que hiciera lo que quisiera con ella con tal de que su bebé pudiera beber de su agua. Una anciana le ofreció a la joven una barra de pan negro por la criatura. El hombre quemado emitió un alarido de frustración y desapareció entre las tinieblas. Juan me arrastró hasta la salida del recinto.

"Tengo escalofríos... creo que me voy a descomponer."
"Hay que encontrar agua y alimentos, Rosa".
"Necesito ver las estrellas... ¿Tienes dinero?
"Sí, un poco. Pero no creo que el dinero tenga ya mucho valor."
"Caminemos, tal vez ocurra algún milagro..."

Seres mutilados y hambrientos avanzaban, como nosotros, sin saber donde ir. De vez en cuando encontrábamos patrullas de soldaditos. Sus ojos enajenados esquivaban nuestras miradas. Sus otrora poderosos uniformes ahora ensangrentados eran tristes metáforas de una catástrofe masiva. Seguramente tenían raciones alimenticias, pero no les dirigíamos la palabra por desprecio. La falta de luz solar y de aire nos hacía desmayar. Niños desnudos corrían en búsqueda de sus madres. Un joven en una  bicicleta oxidada vociferaba a todo pulmón algo parecido a una consigna.

"¡Armagedón, Armagedón! ¡El diablo ha sido arrojado  al gran lago del fuego! ¡Armagedón!"
Y desapareció en la bruma seguido por una multitud de personas.  

 Juan y yo caminamos hacia el centro de la ciudad. Aún había luces y unos cuantos edificios estaban por derrumbarse. Multitudes se abrían paso a codazos y bofetadas. El griterío era ensordecedor. 

Encontramos pan y leche agria entre las ruinas de un pequeño mercado. Comimos y nos sentimos revivir. Recorrimos la ciudad, pero sólo encontramos violencia, locura y muerte.   Decidimos abandonarla y dirigirnos hacia los viejos valles.

"No creo que existan, Rosa"
"Tienen que existir, Juan. El valle de los Milagros, el Valle de la Paz".
"Los lagos. Las vertientes Las cordilleras. La música...".
"¿Queeé?
"" Los poemas, la música...Vivaldi, Albinoni, Los Beatles..."
"¡El sol, por Dios! ¡El sol, Juan!"

De repente, llovieron goterones densos que bebimos desesperados. Encontramos un camino de barro sembrado de coches y autobuses destrozados. Había cadáveres y cráteres de bombas por doquier y  postes de luz aún encendidos. Un guitarreo y una hermosa voz de mujer interrumpía el silencio. Era  una adolescente sentada en el interior de uno de los autobuses. Nos sonrió y siguió cantando.

"Sobre las faz de la tierra ya estéril no se interrumpe. Jamás se interrumpe la frágil hazaña de existir.
A pesar de nuestras primitivas costumbres. De épocas ya idas y por venir.

Siempre habrán trovadores de la historia
Perdidos en la estrellas
Para siempre jamás.

Estos cuerpos soñadores
Diseñados con almas y corazones
Ignorando las frías inmensidades
De esta esfera hostil e indiferente
De este mundo a veces tan sin misericordia".

Descendió del vehículo, nos entregó dos botellas de agua y se marchó.. Juan era un buen compañero, me cuidaba como a una hermanita menor. ¿De dónde habrá salido? ¿Quién habrá sido? Dormimos acurrucados el uno con el otro en el autobús. Soñé con una ciudad multicolor en cuyos techos crecían árboles que se perdían entre las nubes. Juan me despertó, traía un saco lleno de botellas de agua y de vodka, huevos, carne salada y manzanas que había encontrado en los vehículos. Comimos en silencio.. El alcohol nos produjo el vértigo de la euforia y lo dejé amarme.

"Juan, tuve un sueño que no te voy a contar porque podría desaparecer de mi mente".
"No me lo cuentes, no quiero que desaparezca. Yo también soñé. Una hormiga cargaba una ciudad de cera en su espalda y a punto de cruzar una autopista solitaria".
"¿Había luz?"
"Sí. Mucha luz solar, mucho calor. Y la ciudad no se derretía".

Con el barro hasta las rodillas,llegamos a la Gran Carretera de la Desesperación, iluminada por violentos focos de neón. Una larga fila de seres humanos cargaba bultos y se dirigía quién sabe a dónde. Me horrorizó ver cientos de soldados con banderas grises y ametralladora. Apenas susurraban sus órdenes y amenazas. Uno de ellos  examinó el contenido de nuestro saco de alimentos. Sonrió satisfecho y nos habló en un idioma extranjero. Sacó la carne salada y una botella de agua y regresó  a su puesto en la columna.

Caminamos hacia los valles. Ambos vomitamos angustia, pero la lluvia oscura y helada nos lavó las lágrimas, la locura y el terror. Juan me sonrió. Yo le devolví la sonrisa y le di una botella de agua. Iniciamos así un rito del agua compartida, bendita y vital. Sentí la necesidad de ritos en momentos como ese. Sin ellos la especie muere. De pronto se acabaron las luces de neón y, de nuevo, pasamos a la oscuridad. De la bruma surgió un viejo en una silla de ruedas. Nos saludó efusivamente en inglés.

"Hello, hello my amigos! How do you do?"
"My name is Juan, she is Rosa... What do you have?"
"I have a cell phone my friends! Do you have water?"
"Yes".
"Ok then. Give me the water please".

Juan le entregó una botella de agua a cambio de un celular y el hombre  desapareció en las tinieblas. En la pequeña pantalla del aparato aparecieron imágenes sin sonido de multitudes hambrientas comiendo tierra. En los distintos canales se veía algo similar. Niños desnudos y famélicos fusilados por  soldados y flagelaciones de mujeres y hombres. Pero también vimos que una mujer se paseaba por entre largas mesas cubiertas de manjares y vinos exóticos. Ella le cantaba "feliz navidad" a hileras de elegantes comensales. Varias parejas bailaban y unos individuos uniformados de gris con medallas multicolores en sus guerreras brindaban  por el triunfo de la muerte. Marqué varios números fortuitos y en el auricular  escuchamos sonidos de galaxias lejanas, hierros retorciéndose, gritos y quejidos. Una voz masculina repetía   "ar ma ge dón... ar ma ge dón..." 

"¿Aló aló? ¿Quién eres tú?
"¡Aló! ¿Mamá? ¿Mamá eres tú?"
"Me llamo Rosa... ¿Dónde estás?"
"No sé donde estoy... ¡Todo está tan oscuro!"
"¿En que país estás?"
"¡Mama! ¡Ven a sacarme de aquí!"
"¡No soy tu mamá! ¿Cómo te llamas? ¿Aló? ¿En qué país te encuentras?"
".........................................................................................."
"¡Dios mío, Juan!"

Desperté con la lluvia golpeándome la cara. Juan me ofreció agua pero yo rehusé el rito. La  noción de que en algún lugar del planeta los Caudillos de la Muerte celebraban Navidad me enojó.  ¿Por qué armagedón? ¿Existirían aún el sol y la luna en algún lugar del universo? Reanudamos nuestro  peregrinaje mientras sentía cómo el minúsculo engendro de Juan revoloteaba en mi vientre, loco por salir. Un viento despejó la bruma y dejó ver la otrora bella ciudad de Santa Melancolía devastada y agonizante. Nos detuvimos a contemplarla. Ahí había nacido yo una madrugada de diciembre. Por entre sus callejuelas corrí dichosa a juntarme con mis padres a la salida de la escuela. En esa gran cerra Santa Adivinanza me alarmé ante mi primera menstruación y más tarde desperté al placer de mi sexualidad. Juan  me ofreció agua, de nuevo.  Nos sentamos a comer huevos crudos,

"Tuve otro sueño, Juan. Soñé que te besaba y que de tu lengua una pequeñísima jirafa colorada saltaba a la mía".
"Es que vas a tener una hija, Rosa".
"¿Lo sabías? ¿Y cómo te sientes con esto?"
"Me siento confundido. ¡Tengo miedo!"
"¡Por Dios, Juan! ¿Por qué será que los hombres jamás aprenden?"

Juan era taciturno, no necesitaba hablar para ganarle terreno a la vida, pero le tenía un amor romántico a la muerte. O tal vez un displicente apego a la existencia, como los poetas. Fui queriéndolo rápidamente y él ya me amaba antes de conocerme. No habría logrado sobrevivir sin su compañía. Ahora lo recuerdo con gratitud y veneración.

Se desató una estampida, miles de animales perseguidos por cóndores y águilas, al  cruzar, cavaron un túnel negro y profundo en la niebla. Juan me besó, me entregó una botella de agua y desapareció con ellos, Me dejó su olor agridulce y el celular. Llevé su traición sobre mis hombros. Pero me acostumbré a conversar con mi hija nonnata y a vigilar cada movimiento de los Caudillos de la Muerte. Perdoné a Juan cuando Juanita nació, . Había llegado al Océano de los Crepúsculos donde aún desemboca el Río Maravillas. Y a medida que nuestra hija fue creciendo, la oscuridad disminuía y los Caudillos se iban transformando en una parodia de sí mismos. La última vez que los observé fue en la víspera del Año Nuevo. Parecían figuras de cera polvorientas e inofensivas. Y cuando el sol, la luna y las estrellas reaparecieron en el firmamento llegamos por fin a los fértiles y magníficos Valle de los Milagros y Valle de la Paz.

"¿Mamá, qué es ar ma ge dón?"
"¿De dónde sacaste eso Juanita?"
"De mi nuevo amiguito en el celular..."



Publicado por REVISTA ARENA Y CAL ESPAÑA
http://www.islabahia.com/arenaycal/2010/175_octubre/ian_welden175.asp

5 comentarios:

  1. Iam,aunque no tengo mucho tiempo he leído tu historia,tremendamente humana y amena...Quizá es un poco larga para alguien,que lleva prisa...Todo lo que vale la pena en la vida requiere un esfuerzo y un tiempo.Me alegro de haber invertido ese esfuerzo y ese tiempo,que me han permitido comprobar,que nada es en vano...todo tiene su lógica interna.
    Tu cuento encierra miles de sentimientos,es la misma vida,que la toma el universo para seguir creando por las leyes de la "causalidad" fé,esperanza y amor.
    Mi felicitación y mi abrazo por tu inmensidad.

    M.Jesús

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  2. Es una historia magnífica, hermosa, emocionante y perfectamente escrita. Está llena de detalles y de de humanidad y los dialogos son excelentes.
    Felicidades Ian.

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  3. Querido Ían, la extención de tu fantástico cuento no tiene gran importancia porque una vez leídas las primera estrofas es imposible dejar de leérlo hasta el final.
    Tu relato es histórico ademas de ser muy vigente en nuestro mundo tan lleno de conflictos y guerras.
    Armagedón, o sea el final de nuestro mundo como lo conocemos hoy, pareciera acercarse más y más cada día y los mariscales de la guerra sobrevivirán en sus bunkers y refugios antiatómicos pero de qué les servirá cuando el planeta entero sería un basural inhabitable.
    Te felicito por tu destreza literaria, Ían. La lectura se hace muy fácil y amena y es toda una gran experiencia disfrutar de tu estilo único y genial.

    Besos,
    Sylvia.

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  4. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. ay, XD!

    Todos mis besos y miaus al prota de la historia, a Juan

    EvaMaríaRosaVerónicaTeresaJuanaCatalinaBeatrizRuthSaraSusanaLilyMartaAna

    Ian, ma llegao tu escrito! y me hacen reir tus saludos desde las frías Dinamarcas

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  5. Hola Ian, te leo hoy pues ayer no estaba por la labor de la lectura y ahora, recién levantada, en la madrugada, puedo saborear tu maravilloso relato. No, nada es largo si es tan interesante y tan bien narrado como tú logras.
    Me ha gustado mucho Ian. Te felicito. Hay gustos y opiniones para todo.
    Abrazos. Rosa.

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