viernes, 31 de agosto de 2012

LA CERRITA ERRANTE


4.2 Cerro El Roble.jpg

Para mis hijitas Helene y Sidsel

Quino: "Tal vez algún día dejen a los jóvenes inventar su propia juventud."

Había una vez un país al final del mundo donde los cerros y las cerras despertaban en las noches y celebraban sus cumpleaños milenarios y sus aniversarios de bodas. Sin embargo, cuando el sol se retiraba, satisfecho de su diaria labor, una cerra muy joven lloraba ríos de tristezas.
Nadie sabía por qué lloraba. ¿Sería algún amor perdido? ¿O un dolor más poderoso aún, como la muerte? ¿O la vida?
Durante el día, estos seres camaleónicos dormían y soñaban con tiempos muy lejanos. Por ejemplo, cuando Adán y Eva paseaban de la mano por sus faldeos o los días en que sus antepasados los volcanes habían establecido una violenta tiranía de fuego sobre el naciente planeta Tierra.
Cuando el sol salía a trabajar por las mañanas, amables pastores llevaban a sus rebaños de ovejas a alimentarse con los jugosos pastos de los cerros y las cerras; los maestros enseñaban filosofía, matemáticas y pintura; los niños con sus madres a cuestas jugaban a besarse.
Pero la cerra errante no había dormido en cien años. Lloraba en las noches, viajaba de día por los parajes del país. Buscaba, siempre buscaba, sin saber qué era lo que buscaba.
Descendió a las entrañas de la tierra donde se encontraban las raíces blancas ya muy débiles pero aún vivas de sus padres. Ahí se quedó algunos días escuchando sus palabras de aliento y consuelo
"Eres tan joven, cerrita querida. Tienes miles de años por delante e incontables aventuras  por vivir".
"Miles de años, ¿para qué? ¡Si al final voy terminar en una caverna como ésta!" contestó desconsolada, alejándose de esa vejez inválida cayendo sobre sus faldeos.
Subió a la cima del mundo, ahí donde las nobles montañas canosas se confundían con la nubes. Ahí donde enormes cóndores  volaban con los ángeles y las rebeldes tormentas de hielo se emanciparon del sol.
"Míranos a nosotras, cerrita errante, somos viejas pero felices..."
Atormentada por la vejez y desgraciada, se arrastró hasta llegar a los silenciosos desiertos. La tumba de los cerros y cerras la recibió sin contestar. Sin respuestas. Ahí encontró a la nada. Ahí ni siquiera el diablo se atrevía a entrar.
"La total falta de sentido en la absurda existencia de las cosas" se dijo a si misma.
Huyó despavorida a buscar una respuesta donde las frescas y fértiles colinas. Las encontró bailando bajo un cielo tan azul que hacía doler el alma. Sus juventudes tan vitales hacían palidecer de envidia a toda la creación.
"Bailar y amar!¡ La juventud es eterna; hemos vencido a la muerte!".
Hastiada de tanta arrogancia se acordó de los seres humanos y se fue a buscarlos. Los encontró en un pueblecito rodeado por otras cerras y otros cerros. Ahí durmió quinientos años y tuvo un sueño revelador.
Soñó que hombres y mujeres la habían cercado con rejas de fierro. Cubrieron su lomo verde con cemento y clavaron letreros y semáforos en su joven cuerpo. También habían construido pesadas torres y automóviles estridentes. Gases venenosos la cruzaban de un lado para otro sin descanso día y noche. No quedaban árboles y el cielo era una mazamorra negra.
Los humanos se habían transformado en seres violentos, codiciosos y tramposos. Con sus guerras  destruían todo lo construido para luego, en largas reuniones, repartirse a la cerrita...
Al despertar de su pesadilla de quinientos años se sintió atrapada de verdad, tal como en su sueño. Seres malignos  se la disputaban  como si fuera un trofeo.
Un sentimiento nuevo invadió a la cerra desde las entrañas del planeta. Sus raíces, antes débiles se colmaron de sabiduría. Y se estremeció con tal fuerza que edificios, letreros y rejas cayeron sobre la gente que,  espantada, no encontró refugio.
Los cerros y cerras vecinos, también prisioneros e invadidos, se unieron a ella en el terremoto devastador.
Ahora, la cerrita vive feliz en un campo lleno de cerras y cerros, colinitas, montes y montañas. Y los seres humanos han calmado su agresividad y codicia y suben a los faldeos, como antes, con sus niños y sus viejos, a disfrutar del dulce aroma verde del planeta Tierra.

Autor: Ian Welden


Publicado por REVISTA AZUL@RTE CANADA
http://revistaliterariaazularte.blogspot.dk/2009/05/ian-weldenmilagro-la-cerra-errante.html


Publicado por REVISTA SEQUOYAH VIRTUAL CALIFORNIA
http://sequoyahmagazine.blogspot.dk/2009/08/septiembre-15-2006-num-19-orange-county.html

jueves, 30 de agosto de 2012

DIARIO DE UN LOBO


Photo
                              Fotografía y diseño de Ian Welden ©

Queridas amistades,  este cuento erótico fue censurado.Sólo fue publicado en REVISTA ISLA NEGRA y REVISTA ARENA Y CAL, revistas virtuales españolas.
Lo escribí para explorar ese fenómeno  alejado de mi personalidad que consiste en disfrutar sexualmente al infringir dolor físico y psíquico y  a la  vez disfrutar al recibir dolor corporal y mental.
Espero que este relato no les resulte ofensivo.
El acento verbal de la protagonista es la manera en que los chilenos hablamos el idioma castellano.

Abrazos desde Copenhague,


http://isla_negra.zoomblog.com/archivo/2009/06/12/ian-welden-Dinamarca.html




For you´ve touched her perfect body with you´re mind.
                                                               Leonard Cohen
 La vida es un manantial de goces; pero donde la canalla deja envenenadas las fuentes.
                                                                                                                     F Nietzche

Lunes 22 de diciembre


Apenas me sentí saciado transformé nuestro festín en una pesadilla. La saqué de mi cama a gritos y la desterré a dormir en el sótano.Y esta madrugada, cerró la puerta tras de si. Su pena me dejó impasible. Me levanté a celebrar mis ritos matinales: muchas tazas de café, cigarrillos y las noticias en BBC News.

Salí a caminar bajo el sol fresco y sereno de Copenhague en navidades, silbando  And so this is christmas con las manos en los bolsillos y mi sombrero ladeado
a lo Bogart. ¿Qué más pedirle a la vida? ¿Dinero? ¿Sexo?  Soy ególatra,  manipulador, incluso sádico compulsivo, dicen algunos por ahí. Pero, ¿qué importa si estas cualidades me abren las cortinas a todo el placer?

Copenhague la Melancólica se me abrió de piernas. Muchas mujeres bellas pasaron a mi lado emborrachándome con sus particulares olores a sexo y sus deseos ocultos bajo sus ropajes multicolores.

"¡Buenos días, abuelito!"

Pero, ¿a quién estoy engañando? La nieve ya me estaba haciendo pensar en su piel blanca  y suave. El cardenal rojo en mi sombrero comenzó a castigarme con el recuerdo del perfume de su vulva palpitante. Mi niña lujuriosa y sumisa. ¡Pero qué hembra, Dios mío! Sólo por ella creo en tu ingeniería.


Martes 23 de diciembre


Entró sin golpear. Cargaba un árbol de Navidad y cinco botellas de champán Chardonnay. Me besó como si nada hubiera ocurrido la noche anterior. Se sacó los calzones y el sostén y los colgó en el árbol a manera de decoración. En pocos segundos, jadeábamos sobre la alfombra. Volvió la cabeza para mirarme.

"...y así me tratai tan mal, viejo... un día te voy a abandonar".
"No te atreverías... yo soy tu vida ahora".

Despertamos tiritando de frío horas más tarde aún sobre la alfombra. La casa olía a pino y sexo. En la ducha nos enjabonamos mutuamente, ella reía mientras jugueteaba con mis genitales. Su dicha me impacientaba.  
Bebimos callados, cada uno de su botella. Aún no amanecía y afuera en el jardín un intruso hombre de nieve me hacía señas en las ventanas. Sería el alcohol, pensé.
¡Qué hijo de puta soy! Pero astuto como un lobo.

"Quieres comer algo, mi niña?"
"Idiota!"
"¿Por qué me ofendes?"
"Porque en el fondo erís una mierda!"
"¡Qué!"
"Porque no me querís!"

Me levanté del sofá y me oculté en la cocina.

"Vai a ver no más, maricón!"

Corrí donde ella y la penetré sin piedad. Se dejó poseer llorando.

"Te necesito hombre...  mira el tesoro que tenemos."
"Pero si yo también te necesito, mujer!"

Me sentí sucio y hastiado.


Miércoles 24 de diciembre


Desperté y ella no estaba. Me dejó una nota en el velador: "La única razón por la cual estoy contigo es porque decís amarme. ¿Nos vemos a la noche....?" 
Me sentía aturdido, pero libre nuevamente. Celebré mis ritos cotidianos. Café, cigarrillos, ducha y televisión.
Y salí a dar un paseo matinal. El día estaba azul y transparente. La nevazón de la noche anterior parecía haber sepultado todos los pecados mortales del mundo. Sobre todo, los míos.
Comencé a sentirme mejor y caminé hasta el Puerto Nuevo de Copenhague para saludar al Mar Báltico. Cómo atesoraba mi propia compañía! Disfrutaba mi soledad.
El viejo mar estaba congelado. Avancé sobre el hielo un par de kilómetros en dirección a la ciudad de Malmo en el sur de Suecia. La hermosa Malmo se divisaba en el horizonte y tuve la impresión de que me acercaba a una mujer.  Ingenua y deliciosa como ella.
De inmediato, sentí el gruñido entre mis piernas. La obsesión por su cuerpo que me alimenta y luego desdeño al acabar la fiesta. Me pide amor y le miento con el fin de acceder a sus movimientos sorprendentes y su creatividad de fiera descontrolada.
Noche buena.
La ridícula, me regaló una corbata. No pude evitar reírme y ella rió también porque creyó que el espíritu navideño me había invadido. Yo le regalé un provocativo vestido rojo más una cartera Dior rellena cual pavo navideño con billetes de cien dólares.

"Para tu cuerpo y tus necesidades, mi amor".

Lloró conmovida y yo por primera vez me avergoncé de mí mismo. La vi como la niñita desamparada que era, en las garras de esta bestia cínica. La abracé, sin intenciones sexuales, como a una hija, pero ella comenzó a quitarse su blusa en un acto reflejo. La detuve.

"¿Qué pasa? ¿No te gustó la corbata? La elegí con mucho amor para ti".
"Por supuesto que me gustó, mi amor. La cena está lista..."
"Te querís casar conmigo ?"
"Si".
"Es lo que más quiero en la vida, hombre maravilloso".
"..."

Cené en silencio. Ella reía mientras jugueteaba con su pelo.  Bebía y comía desinhibidamente.  Pero pronto perdí toda mi paciencia. La levanté a tirones de la mesa, la empujé al sofá y me deslicé feliz bajo su vestido.
Noche buena.

 Jueves 25 de diciembre

A las doce de la noche comenzó su eterno lamento.

"Me tratai mal, hago todo lo que querís y me tratai como a una puta".
"Te equivocas. ¿Acaso no te gustó el vestido? ¿Y el dinero? ¿El departamento, el coche y el placer que te doy?"
"No es eso. Pero decís amarme y te comportai como un verdugo. Necesito ternura también".
"¿Ternura?. Te doy todo lo que soy capaz de dar".
"Pero no es suficiente..."

Se fue quedando dormida de a poco, entre sollozos. Yo me quedé despierto, sintiendo la  repugnancia invadir mis venas.
En la madrugada la obligué a complacerme con su boca tan diestra y la eché de la casa a la nieve, a puntapiés. Reconozco que el gozo que me produjo su expulsión me agradó más que todas las peripecias eróticas de esa Navidad.
La escuché suplicándome desde el patio y luego silencio total. 

Desperté al mediodía y me levanté con dificultad. Mis piernas y mi espalda ya no eran jóvenes, pensé atormentado. Ajeno a mi proceder de esa madrugada,  me senté en el sillón a fumarme un cigarrillo.  Encendí la televisión para enterarme de las tragedias de los otros mortales. Pero el vestido y la corbata colgados del árbol navideño me volvieron a la realidad.
Corrí al jardín y luego a la calle. Pensé que la encontraría congelada, pero no estaba. Conduje mi coche a su departamento en el sector proletario de Copenhague. La divisé en la ventana bailando desaforada al ritmo de una música estridente. La acompañaba un joven que la manoseaba  como a la puta maldita que era.
No sentí alivio por encontrarla viva. Una ola de violencia me inundó. Bajé de mi coche y subí a gatas las escalas del edificio. Golpeé en su puerta y grité su nombre. La música cesó y escuché risas y cuchicheos.

"!Abre la puerta, puta!"
"¿Quién es? ¿El viejito pascuero, tal vez?"
"Abre la puerta o la derribo!"
"Ay! Pero que viejito pascuero tan grosero por Dios!"
"!Abre la puerta!"
"Ahá! Es el lobo feroz!"

Carcajadas.

"Necesito verte, mi amor. Perdona lo de anoche... estaba borracho!"
"Ándate de aquí, pobre viejo de mierda!  No sabís las ganas que tengo de darte una paliza!"

La puerta se abrió y el muchacho apareció en el umbral sonriendo con burla. Ella estaba detrás de él observándome con curiosidad y desafío.

"Tenemos que hablar, mi amor. Bebí demasiado y... ¿Quién es este payaso?"

El payaso me derrumbó de un puñetazo. La puerta fue cerrada de golpe. La música y las risas cobraron nuevos bríos. Me levanté adolorido pero, sobre todo, humillado en todo mi ser.

"Por favor! Mi amor... ven a verme esta noche!".


Jueves 26 de Diciembre


No llegó anoche. La esperé ansioso mientras sentía que todas las fuerzas de la naturaleza confabulaban contra mi. Mi cielo se desplomaba sobre mis hombros y  destrozaba mi arrogancia. No realicé mis ritos ni me duché. En la sala de estar el árbol de Navidad se burló de mí. El siniestro hombre de nieve de la otra noche escribió con un  ! ATOIDI OJEIV¡ en mi ventana...
De nuevo conduje mi coche hasta su casa y abrí su puerta sin golpear. Estaba tendida desnuda pero con botas en su cama y su dormitorio era un caos de ropa, zapatos, carteras, cajas de pizzas a medio comer y dinero. Sobre todo cerros de mi dinero desparramado por el suelo. El muchacho no estaba.

"Viejito! Te esperaba. ¿Me echaste de menos anoche?"
"¿Dónde está el payaso?"
"¿El payaso? Ah! No sé... se fue por ahí".
"¿Es tu nuevo hombre? ¿Duermes con él? ¿Se lo chupas como a mi? puta de mierda!"
"No seai tan grosero pues, ven conmigo a mi cama".
"Perdóname por favor, mi amor!"
"Todo está perdonado, mi viejito lindo. Venga conmigo, no más".

Me hizo acariciar el cielo. Su audacia me desquició una vez más. Mientras esparcía su arte sobre mi cuerpo me preguntaba a mi mismo cómo y de dónde esa niñita habría sacado tanta sabiduría sensual.
Pero a segundos de mi clímax se detuvo. Abrí mis ojos y ella me observaba con su rostro ensangrentado. Algo colgaba de sus labios. Sentí un dolor intenso entre mis piernas y al tocarme me di cuenta de lo que había hecho. Me introdujo mi pene aún palpitante en mi boca. El payaso apareció desde la cocina llevando un disfraz de hombre de nieve bajo un brazo. Me hizo una señal con la mano y bajó las escalas entre risas, a pesar de mis ruegos de auxilio.

"Ya, mi amorcito, fuera! A la nieve!"

Me sacó a puntapiés de su departamento, me lanzó por la escala hasta el primer piso y luego a la nieve que se fue tiñó de rojo como una inmensa mancha de vergüenza.
El payaso, vestido de hombre de nieve, se acercó y me besó en la frente. Ambos cargaron algunas maletas en mi coche y en él desaparecieron en el horizonte de la melancólica ciudad de Copenhague.

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miércoles, 29 de agosto de 2012

LA FRÁGIL HAZAÑA DE EXISTIR





                            Montaje fotográfico de Ian Welden. ©

           

Queridas amistades, este relato mío lo publicó REVISTA ARENA Y CAL ESPAÑA. Lo escribí en 2010 y tuvo acogida entre mis lectores pero no así con los editores quienes me aconsejaron no publicarlo por extenso y porque el tema de la guerra mundial "...es demasiado largo,  aburridor y  no actual".  Creo que mi relato anti bélico- ha molestado a los apologístas de la guerra y de los armamentos, incluyendo los nucleares y químicos.

Un abrazo desde Copenhague,
Ian.


“Me vuelvo a sus antiguos profetas del Viejo Testamento y las señales que predicen el Armagedón, y me pregunto si... si nosotros somos la generación que verá ocurrir eso. No sé si habrán notado algunas de las profecías recientemente, pero, créanme, ciertamente describen los tiempos en que estamos viviendo.”


El remezón de las explosiones me derribó. Caían estructuras de cemento, cenizas y polvo negro sobre nuestra Ciudad de los Santos Crucifijos. Y antes de los quejidos de los sobrevivientes hubo un silencio. En ese instante comprendí la  magnitud de lo que ocurría Caminé a tientas entre el detrito y los caídos.

"¿Hay alguien por aquí? ¿Alguien vivo?"
"Yo estoy vivo pero no puedo ver... ¡creo que estoy ciego!"
"Yo tampoco puedo ver, ¿quién eres tú?"
"Juan..."
"Me llamo Rosa..."
"¡Estoy cubierto de sangre! ¡Ayúdame!"

En la distancia vi luces que acercaron hasta detenerse ante mí. Individuos uniformados de negro y con ametralladoras me cegaron con sus focos de neón. O sea que no estaba ciega, constaté orinándome de pavor.

"¡Aquí hay dos civiles vivos, comandante! ¡Una mujer y un hombre!"
"Despáchelos!"

Corrí en la oscuridad y sus balas no me alcanzaron. Mis ojos se adaptaron  a la penumbra y, enloquecida, salté charcos de sangre y cráteres humeantes. Multitudes de adultos y niños  yacían entre los escombros y aullaban de dolor. No vi a más soldados y noté que alguien corría tras de mí.

"¡Soy yo, Juan! ¡No te asustes, por favor, Rosa! No me despacharon los soldados... Cayó una bomba..." 
"¿Por qué me persigues?¿Qué quieres, por Dios?".
"¡No te persigo! ¡Necesito estar con alguien... Tengo miedo!"

Nos refugiamos entre las ruinas del Estadio Dominical. Dormí, no sé si por una semana o un mes. Desperté hambrienta y con mucha sed. El cielo aún estaba negro, pero no se escuchaban más explosiones. Cientos de sobrevivientes deambulaban por los escaños. Dormían acurrucados y tiritaban de frío bajo los asientos semidestruidos. No habían cadáveres, pero de la oscuridad colgaba un constante murmullo, una letanía de horror casi religiosa.

"Buenos días, Rosa. O buenas noches...Me duele mucho la cabeza...
"Estás sangrando. Toma: amárrate mi bufanda alrededor de la herida".
"Gracias. ¿Dónde estamos?"
"En las ruinas del viejo campo de fútbol. El Estadio Dominical..."
"No hay soldados por aquí ni se escuchan más explosiones. Pero siguen lloviendo cenizas..."
"Creo que se acabó la guerra."
"¿Quiénes ganaron?"
"Sólo sé que nosotros lo hemos perdido todo".

Un hombre quemado cojeó hasta nosotros para ofrecerle a Juan una botella de agua a cambio de mí. También sostenía una navaja. Juan rió nerviosamente. Una madre rogó de rodillas al hombre que hiciera lo que quisiera con ella con tal de que su bebé pudiera beber de su agua. Una anciana le ofreció a la joven una barra de pan negro por la criatura. El hombre quemado emitió un alarido de frustración y desapareció entre las tinieblas. Juan me arrastró hasta la salida del recinto.

"Tengo escalofríos... creo que me voy a descomponer."
"Hay que encontrar agua y alimentos, Rosa".
"Necesito ver las estrellas... ¿Tienes dinero?
"Sí, un poco. Pero no creo que el dinero tenga ya mucho valor."
"Caminemos, tal vez ocurra algún milagro..."

Seres mutilados y hambrientos avanzaban, como nosotros, sin saber donde ir. De vez en cuando encontrábamos patrullas de soldaditos. Sus ojos enajenados esquivaban nuestras miradas. Sus otrora poderosos uniformes ahora ensangrentados eran tristes metáforas de una catástrofe masiva. Seguramente tenían raciones alimenticias, pero no les dirigíamos la palabra por desprecio. La falta de luz solar y de aire nos hacía desmayar. Niños desnudos corrían en búsqueda de sus madres. Un joven en una  bicicleta oxidada vociferaba a todo pulmón algo parecido a una consigna.

"¡Armagedón, Armagedón! ¡El diablo ha sido arrojado  al gran lago del fuego! ¡Armagedón!"
Y desapareció en la bruma seguido por una multitud de personas.  

 Juan y yo caminamos hacia el centro de la ciudad. Aún había luces y unos cuantos edificios estaban por derrumbarse. Multitudes se abrían paso a codazos y bofetadas. El griterío era ensordecedor. 

Encontramos pan y leche agria entre las ruinas de un pequeño mercado. Comimos y nos sentimos revivir. Recorrimos la ciudad, pero sólo encontramos violencia, locura y muerte.   Decidimos abandonarla y dirigirnos hacia los viejos valles.

"No creo que existan, Rosa"
"Tienen que existir, Juan. El valle de los Milagros, el Valle de la Paz".
"Los lagos. Las vertientes Las cordilleras. La música...".
"¿Queeé?
"" Los poemas, la música...Vivaldi, Albinoni, Los Beatles..."
"¡El sol, por Dios! ¡El sol, Juan!"

De repente, llovieron goterones densos que bebimos desesperados. Encontramos un camino de barro sembrado de coches y autobuses destrozados. Había cadáveres y cráteres de bombas por doquier y  postes de luz aún encendidos. Un guitarreo y una hermosa voz de mujer interrumpía el silencio. Era  una adolescente sentada en el interior de uno de los autobuses. Nos sonrió y siguió cantando.

"Sobre las faz de la tierra ya estéril no se interrumpe. Jamás se interrumpe la frágil hazaña de existir.
A pesar de nuestras primitivas costumbres. De épocas ya idas y por venir.

Siempre habrán trovadores de la historia
Perdidos en la estrellas
Para siempre jamás.

Estos cuerpos soñadores
Diseñados con almas y corazones
Ignorando las frías inmensidades
De esta esfera hostil e indiferente
De este mundo a veces tan sin misericordia".

Descendió del vehículo, nos entregó dos botellas de agua y se marchó.. Juan era un buen compañero, me cuidaba como a una hermanita menor. ¿De dónde habrá salido? ¿Quién habrá sido? Dormimos acurrucados el uno con el otro en el autobús. Soñé con una ciudad multicolor en cuyos techos crecían árboles que se perdían entre las nubes. Juan me despertó, traía un saco lleno de botellas de agua y de vodka, huevos, carne salada y manzanas que había encontrado en los vehículos. Comimos en silencio.. El alcohol nos produjo el vértigo de la euforia y lo dejé amarme.

"Juan, tuve un sueño que no te voy a contar porque podría desaparecer de mi mente".
"No me lo cuentes, no quiero que desaparezca. Yo también soñé. Una hormiga cargaba una ciudad de cera en su espalda y a punto de cruzar una autopista solitaria".
"¿Había luz?"
"Sí. Mucha luz solar, mucho calor. Y la ciudad no se derretía".

Con el barro hasta las rodillas,llegamos a la Gran Carretera de la Desesperación, iluminada por violentos focos de neón. Una larga fila de seres humanos cargaba bultos y se dirigía quién sabe a dónde. Me horrorizó ver cientos de soldados con banderas grises y ametralladora. Apenas susurraban sus órdenes y amenazas. Uno de ellos  examinó el contenido de nuestro saco de alimentos. Sonrió satisfecho y nos habló en un idioma extranjero. Sacó la carne salada y una botella de agua y regresó  a su puesto en la columna.

Caminamos hacia los valles. Ambos vomitamos angustia, pero la lluvia oscura y helada nos lavó las lágrimas, la locura y el terror. Juan me sonrió. Yo le devolví la sonrisa y le di una botella de agua. Iniciamos así un rito del agua compartida, bendita y vital. Sentí la necesidad de ritos en momentos como ese. Sin ellos la especie muere. De pronto se acabaron las luces de neón y, de nuevo, pasamos a la oscuridad. De la bruma surgió un viejo en una silla de ruedas. Nos saludó efusivamente en inglés.

"Hello, hello my amigos! How do you do?"
"My name is Juan, she is Rosa... What do you have?"
"I have a cell phone my friends! Do you have water?"
"Yes".
"Ok then. Give me the water please".

Juan le entregó una botella de agua a cambio de un celular y el hombre  desapareció en las tinieblas. En la pequeña pantalla del aparato aparecieron imágenes sin sonido de multitudes hambrientas comiendo tierra. En los distintos canales se veía algo similar. Niños desnudos y famélicos fusilados por  soldados y flagelaciones de mujeres y hombres. Pero también vimos que una mujer se paseaba por entre largas mesas cubiertas de manjares y vinos exóticos. Ella le cantaba "feliz navidad" a hileras de elegantes comensales. Varias parejas bailaban y unos individuos uniformados de gris con medallas multicolores en sus guerreras brindaban  por el triunfo de la muerte. Marqué varios números fortuitos y en el auricular  escuchamos sonidos de galaxias lejanas, hierros retorciéndose, gritos y quejidos. Una voz masculina repetía   "ar ma ge dón... ar ma ge dón..." 

"¿Aló aló? ¿Quién eres tú?
"¡Aló! ¿Mamá? ¿Mamá eres tú?"
"Me llamo Rosa... ¿Dónde estás?"
"No sé donde estoy... ¡Todo está tan oscuro!"
"¿En que país estás?"
"¡Mama! ¡Ven a sacarme de aquí!"
"¡No soy tu mamá! ¿Cómo te llamas? ¿Aló? ¿En qué país te encuentras?"
".........................................................................................."
"¡Dios mío, Juan!"

Desperté con la lluvia golpeándome la cara. Juan me ofreció agua pero yo rehusé el rito. La  noción de que en algún lugar del planeta los Caudillos de la Muerte celebraban Navidad me enojó.  ¿Por qué armagedón? ¿Existirían aún el sol y la luna en algún lugar del universo? Reanudamos nuestro  peregrinaje mientras sentía cómo el minúsculo engendro de Juan revoloteaba en mi vientre, loco por salir. Un viento despejó la bruma y dejó ver la otrora bella ciudad de Santa Melancolía devastada y agonizante. Nos detuvimos a contemplarla. Ahí había nacido yo una madrugada de diciembre. Por entre sus callejuelas corrí dichosa a juntarme con mis padres a la salida de la escuela. En esa gran cerra Santa Adivinanza me alarmé ante mi primera menstruación y más tarde desperté al placer de mi sexualidad. Juan  me ofreció agua, de nuevo.  Nos sentamos a comer huevos crudos,

"Tuve otro sueño, Juan. Soñé que te besaba y que de tu lengua una pequeñísima jirafa colorada saltaba a la mía".
"Es que vas a tener una hija, Rosa".
"¿Lo sabías? ¿Y cómo te sientes con esto?"
"Me siento confundido. ¡Tengo miedo!"
"¡Por Dios, Juan! ¿Por qué será que los hombres jamás aprenden?"

Juan era taciturno, no necesitaba hablar para ganarle terreno a la vida, pero le tenía un amor romántico a la muerte. O tal vez un displicente apego a la existencia, como los poetas. Fui queriéndolo rápidamente y él ya me amaba antes de conocerme. No habría logrado sobrevivir sin su compañía. Ahora lo recuerdo con gratitud y veneración.

Se desató una estampida, miles de animales perseguidos por cóndores y águilas, al  cruzar, cavaron un túnel negro y profundo en la niebla. Juan me besó, me entregó una botella de agua y desapareció con ellos, Me dejó su olor agridulce y el celular. Llevé su traición sobre mis hombros. Pero me acostumbré a conversar con mi hija nonnata y a vigilar cada movimiento de los Caudillos de la Muerte. Perdoné a Juan cuando Juanita nació, . Había llegado al Océano de los Crepúsculos donde aún desemboca el Río Maravillas. Y a medida que nuestra hija fue creciendo, la oscuridad disminuía y los Caudillos se iban transformando en una parodia de sí mismos. La última vez que los observé fue en la víspera del Año Nuevo. Parecían figuras de cera polvorientas e inofensivas. Y cuando el sol, la luna y las estrellas reaparecieron en el firmamento llegamos por fin a los fértiles y magníficos Valle de los Milagros y Valle de la Paz.

"¿Mamá, qué es ar ma ge dón?"
"¿De dónde sacaste eso Juanita?"
"De mi nuevo amiguito en el celular..."



Publicado por REVISTA ARENA Y CAL ESPAÑA
http://www.islabahia.com/arenaycal/2010/175_octubre/ian_welden175.asp

lunes, 27 de agosto de 2012

ESPACIOS



Cuando miro hacia afuera
hacia la vida de las ciudades ya silenciosas
a las siete de la tarde,
veo pequeños espacios en los objetos,
formas de aire
que interrumpen el suave vaivén
de las líneas de la existencia.
Es ahí en esa ausencia de átomos
donde están tus manos y tus ojos
y tu delicado volumen.
Los árboles som medios árboles
en este invierno tan lleno de vacíos.
Las estatuas no alcalzan a completar
sus contornos
ya que ahí aparece el molde de tu rostro.
los cables telefónicos
no pueden transmitir sus mensajes secretos
pues son interrumpidos por tu risa que no está.
La palomas se posan en los huecos
que han dejado tu pecho y tu vientre.
Y yo camino con extremo cuidado
evitando caer en tanto vacío.

Autor: Ian Welden
De mi Poemario DE EXILIOS Y SOLEDADES

Fotografías y diseño de Ian Welden ©


viernes, 24 de agosto de 2012

STATUS QUO


Fotografía de Ian Welden, Copenhague 2007.©



"Las mujeres suponen el único colectivo oprimido de nuestra sociedad que conviven en asociación íntima con sus propios opresores"

Evelyn Cunningham



Sin decirte una sola palabra
displicente cual araña en su red
te obliga a realizar
lo que él denomina
tu misión en la vida.
Y vas recogiendo del piso
calcetines
camisas
zanahorias
tejidos
copulaciones
embrios
abortos
olvidando que aquella misión
ya la has cumplido con creces.
Pero insiste testarudo
ciñendo los puños ante tu vientre.
Tú para evitar la megacrísis
corres a aparear una vez más
calcetines
camisas
zanahorias
tejidos
hijos
copulaciones
embrios
abortos
creyendo así no perder definitivamente
lo que ya irremediablemente
se perdió hace tantos años atrás.

Autor: Ian Welden
Del Poemario El Náufrago



domingo, 19 de agosto de 2012

LA GRAN BACANAL








                                   Collage de Ian Welden. Copenhague 2008 ©



Luego de la gran bacanal
que celebramos locamente
con payasos y bufones
estatuas y césares 
me voy durmiéndo ésta noche.
Todo está ahora 
sagradamente en silencio.
Y nuevamente apareces
caminando en puntillas
en la forma de un ángel
pero sin alas ni halo
ni ropa
para alimentarme
con todo eso
que nosotros
ya tan bien conocemos.
Y luego
de nuestro privado festín
de los sentidos
te vas al amanecer
cuando ya medio despierto
no me lavo la cara
ni las manos
para retener
este día entero
tu sabor en mi boca
y tu perfume
entre mis piernas.


martes, 14 de agosto de 2012

EL PASEO DEL PERRO




  Dibujo de Ian Welden, Copenhague 2006.

Sin tener nada mas interesante que hacer
entro a mi abandonada cocina y abro el refrigerador
con esa conocida esperanza de encontrar algo nuevo
algo extraordinariamente inusual
como un cerro chileno
o una estrella fugaz.

Entro luego al dormitorio
y sigilosamente en la oscuridad
recorro a tientas la cama
sintiendo tu tibia ausencia.

En la salita de estar tampoco te encuentro.
Viejas películas de Greta Garbo
cuelgan desteñidas de la pantalla del televisor
y en la radio solamente se escuchan
los sonidos lejanos de otras galaxias.

Me acurruco al fin en un rincón del baño
para aullar y lamerme las heridas.



.
Autor: Ïan Welden  

Del Poemario El Náufrago