miércoles, 28 de julio de 2010

DE SOLEDADES Y SOLES


Cuando Soledad la Infame asoma sus crueles garfios
y nadie hay al alcance en nuestras tardes interminables
cuando el cielo se torna obscuro como el Lirio en Agonía
y las calles lloran grises de absoluta desolación
busquemos en nuestras espaldas al Maravilloso Sol Naciente
que como siempre nos adora con su cálida alegría.

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Montaje fotográfico de Ian Welden. Valby, Copenhague, 1997.

viernes, 23 de julio de 2010

TERRA, LUNA Y THÁNATOS


Cuando los amantes Terra y Luna duermen
luego de sus dichosos paseos por el sistema solar
aparecen de inmediato los hambrientos Thánatos
buscando alimento en la solitaria órbita sensual.
Terra y Luna son criaturas dulces y apacibles
y rinden homenaje a la amable Diosa Sol.
Los Thánatos son seres lascivos y violentos
ocultándose cobardemente en la obscuridad.
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Collage hecho con tijeras y pegamento por Ian Welden.
Copenhague, barrio de Valby, 1993.

miércoles, 21 de julio de 2010

EL VENDEDOR DE HEMBRAS


Llegará el día glorioso y soberano
en que las pardas esclavas de la pobreza
las pequeñas miniaturas de mujeres
y las indefensas adolescentes solitarias
dejen de ser vendidas a hombres-tiburones
por siniestros agentes de la enferma lascivia macha.
Llegará el día glorioso y triunfante
en que el repugnante tráfico de hembras
se quebrará para siempre por la mitad.
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Montaje fotográfico de Ian Welden. Copenhague 2005.

lunes, 19 de julio de 2010

Cerros y Cerras de Chile

Tú sabes quizás, que aquí en Dinamarca no hay cerros ni montañas.
A lo más, colinitas ingenuas e inocentes.
La última vez que estuve en Chile, sus cerros me impresionaron el alma.
Como si fueran seres vivos y autónomos.

1.-Cerra mijita rica
2.-Cerro maricón3.-Cerro magnífico4.-Cerro en mi espalda
5.-La cerrita inconsolable
6.-Cerro conchesumare
7.-Cerra mamá
8.-Cerro Compadrito Buena Persona


1.-Cerra mijita rica

Cruzando Calle Bandera
me topé con una cerra maravillosa.
Ojos llenos de estrellas solitarias
y su loma suave como la redondez de la luna.


Era una cerra diosa del Dieciocho de Septiembre,
dedales de oro en su follaje verde
y bordados de yuyos en sus faldeos.

¡Cerra mijita rica! le grité
tomándola de un brazo
acompañándola Calle Bandera arriba
donde me abrió su puerta.

Tras esa puerta iniciamos sin preámbulos
el ritual de la cerra y el escalador.
Trepando,
enterrando mi cara en su sima
lamiendo, horadando y gimiendo.



2.-Cerro maricón

Pequeño y alegre
cuan solcito recién lavado
voy dando saltitos calle abajo
para juntarme con mi mamá

Bolsillos llenos de preguntas
y en mis manos
una fe incondicional en la vida.

A la vuelta de la esquina
y de un zarpazo magistral,
un cerro negro como un gato
me hizo despertar.



3.-Cerro magnífico

Yo soy un cerro chileno.
Pasa tus manos por mi lomo y verás.
Soy descendiente del gran caimán prehistórico.
Yo soy un cerro chileno.

Soy arisco y traidor
Pero dulce y fiel cómplice.
Niños vienen a jugar sobre mí
mientras sus madres ríen y conversan.

En mí se esconden amantes locos
satisfaciendo sus más osadas pesadillas
y asesinos caminan por mis recodos sudando sangre
y estudiantes y poetas buscan mi cima
para matarse.

Yo soy un cerro chileno.
Pon tus oídos en mi vientre
y escucharás.


4.-Cerro en mi espalda

Un cerro se me acerca
y se encarama de un salto en mi espalda.
Ahora ando contento por ahí,
jorobado.
cruzando tajamares fantasmas
reflejándome en las vitrinas nocturnas
de La Alameda
orgulloso.


5.-La cerrita inconsolable

Una cerra muy joven
ingenua, solitaria y necesitada de amor,
cayó entre mis dedos.

Yo la acepté
la quise y la consolé
para después con estos mismos dedos
tirarla a la calle.

Y tanto fue el amor que le di
que jamás ha podido olvidarme.
Loca de desconsuelo
anda por las calles y acequias
gritando mi nombre.

Y yo, ya tan viejo y tan solo
me muero
sin tener idea de esto.


6.-Cerro conchesumare

Con la cabeza metida entre las manos
caminé llorando
emitiendo ruiditos propios
del estudiante en pena.

Un cerro conchesumare
me agarró a puro combo sucio,
me robó los libros, chaqueta y zapatos
y me dejó por ahí escupiendo dientes.
Ergo, la necesidad existe
me sorprendí pensando
intentando ponerme de pie.


7.-Cerra mamá

Voy arrancando de mí mismo
una siniestra noche Santiaguina
cuando una espeluznante cerra gigantesca
me sale al paso.
Cabellera de medusa y un biberón en sus manos
me instala en el bus número 50
y me manda para la casa. 


8.-Cerro Compadrito Buena Persona

Allá abajo en el ultimo recodo de la nación, donde lunas y soles y nieves
y generosos puñados de estrellitas picadas finas y poderosas cucharadas
de vientos australes se cuecen a fuego lento sobre una viejísima estufa
a carbón de Lota, el Cerro Compadrito Buena Persona (cerro de gran
reputación local) nos admitió en su reino.

Anfitrión perfecto, desenrolló a nuestros pies una alfombra de hierbas
buenas y cubrió con respeto nuestras peripecias eróticas con araucarias
milenarias y rojísimos copihues.

Nos invitó a cenar maquis y piñones y nos dio de beber misteriosos vinos
afrodisíacos de vertientes cuyas raíces nacen en los intestinos de la luna.

En profundo silencio sagrado y ya satisfechos te tantos placeres carnales,
bajamos cuidadosamente de su lomo.

Gracias Cerro Compadrito Buena Persona.

EUROPA SIN RUMBOS


Caminamos sin saber hacia dónde ni por qué
mientras la silenciosa y amarga Europa se lamenta
derrotada finalmente por Afganistán la Triste.
Caminamos sin un cáliz ni grandes rumbos celestes
sin caleidoscopios en nuestros ojos prepotentes
y la noche nos embarga el alma para siempre.

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Collage de Ian Welden. Copenhague, marzo 2010.

martes, 13 de julio de 2010

BOB EN EL OLVIDO


Ya al último vaso de cerveza
la soledad ni siquiera se presiente
dice Bob ahogando su tristeza
la tristeza conquistándole la mente.
Tantos años viviendo en el olvido
cuantos sueños dejados por doquier
la sonrisa perdida en el camino
el camino que nunca pudo ser.
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Fotografía de Ian welden. Copenhague, barrio de Valby 2008.

lunes, 12 de julio de 2010

MI VÍA LÁCTEA



La Vía Láctea no es más
que un triste sendero de esperma
eyaculado por mí
en la noche de tu abandono.
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Collage de Ian Welden. Copenahague 2001.

domingo, 11 de julio de 2010

UN TRÍO EXTRAORDINARIO




En un país paradisíaco por su sorprendente naturaleza arrogante, ubicado allá abajo donde termina el planeta, hay un valle verde como la esperanza y la envidia. En este valle hay una ciudad gigantesca rodeada por cordilleras y montañas. Y en esta ciudad viven Juan, Pedro y su perro Rodrigo.

Juan y Pedro son dos niños de diez años de edad que viven junto a muchos otros niños bajo el Puente Colo Colo a orillas de un río heladísimo del mismo nombre. Sus padres murieron en una bestial guerra el siglo pasado y son, por supuesto, pobres como una papa. Viven de limosnas y tachos de basura y de las piruetas milagrosas de su perro Rodrigo.

Nadie sabe realmente de dónde apareció Rodrigo. Algunos dicen simplemente que lo trajo una cigueña. Otros, que lo creó el Pillán, dios de los indios mapuches, para ayudar a Juan y Pedro en sus difíciles existencias. Pero el hecho es que Rodrigo es un perro que ama a sus dueños por sobre todas las cosas del mundo y es capaz de sorprender a los paseantes de las calles de La Ciudad del Valle con sus actos de levitación, desapariciones y cantos.


Rodrigo y los niños se instalan todas las mañanas en el centro de la ciudad y el perro canta las viejas canciones de Los Beatles con una voz profunda y bien entonada. Y luego ante los ojos atónitos de los mirones, comienza a elevarse un par de metros de la vereda y termina su acto simplemente desapareciendo… Y apareciendo nuevamente para mover su cola y lamerle las manos y las caras a Juan y Pedro.

Ocurre que la mayoría de los caminantes de la gran ciudad van tan absortos en sus complicados problemas económicos y existenciales que andan como ciegos por las calles, con sus cabezas gachas y bien metidas entre los hombros, asustados y silenciosos. No ven al perro y sus milagros. Pero los pocos que no le temen a la vida y a sus semejantes y tienen los sentidos bien abiertos, aplauden, dan unas moneditas a Juan y a Pedro y le hacen cariño a Rodrigo.

Luego los niños se van a comprar un poco de pan y Cola Cola y vuelven a su fría y triste morada bajo el puente.

Este peculiar trío conoce casualmente a un amigo mío, Mario Benedictus, que vive al otro lado de la ciudad. El sector donde hay casas grandes con árboles y jardines, el cielo es celeste y calientito y siempre hay sendas cazuelas de ave sobre las pulidas mesas de los comedores.

Mario es uno de esos personajes con los sentidos bien abiertos. Es un artista tan sensible que llora cuando abre un tubo de óleo verde para pintar o ríe a carcajadas cuando ve a la cordillera fresca y nevadita por las mañanas.

Un día iba pasando en su auto por una esquina donde un grupito observaba a Rodrigo levitar y conversó con los niños. Se enteró de sus vidas, de los milagrosos talentos de Rodrigo, y les sacó una foto sin no antes darles un reluciente billete de diez mil pesos.

Mario y yo nos conocemos desde niños y seguimos siendo amigos aún, en que yo vivo al otro lado del mundo, aquí en la cabeza del planeta, en el célebre barrio milagrero de Valby, reino de Dinamarca. El me llamó por teléfono el otro día para contarme acerca de los niños y su perro y me dijo que me los iba a enviar por avión para que conocieran la famosa Calle Larga de Valby,
cuna y lugar de encuentro de todos los milagreros del mundo.

Llegaron un poco atontados por el larguísimo viaje, pero con los ojos bien abiertos observando los edificios de ladrillos rojos y techos de cobre verde y los gigantescos daneses rubios con sus pequeños bebés pálidos y calvos en una bolsa en las espaldas.

El perro ignoró displicentemente al reino danés y levantaba una pata cada vez que veía un poste o un semáforo.

Lo primero que hice fue servirles grandes porciones de frikadeller con kartofler y salsa de chili og créme fraiche. Para mi sorpresa no quisieron comer este distinguido plato danés que tradicionalmente se prepara a las visitas distinguidas. Ellos prefirieron comer mi pan negro y tomar agua de la llave. Rodrigo devoró todas las frikadeller.

Luego fuimos a pasear por la célebre Calle Larga de Valby.

Para gran sorpresa de los tres se desató una fenomenal tormenta de nieve. La Calle Larga se cubrió de blanco. Rodrigo se revolcó en ella cantando twist and shout con un perfecto acento liverpooliano. Todos los niños salieron de sus casas e invitaron a Juan y Pedro a jugar a la guerra de las pelotas de nieve pero mis amiguitos declinaron amablemente diciéndoles a través de mí que odiaban las guerras.

Y ahí estaban los milagreros de Valby, activos y eufóricos como siempre.

Gerda, la mujer de los tatuajes móviles nos saludó con alegría y nos mostró sus pechos y sus nalgas cubiertos por maravillosos veleros de colores que se trasladaban de un lugar de su robusto cuerpo hacia el otro. Y los fieros vikingos y vikingas con sus vikinguitos volando como globos de gas entre las nubes blanquísimas. Fedora, la medusa griega, hipnotizaba a la concurrencia con sus ojos de diamantes verdes, haciéndolos saltar de un lado a otro como cangurúes. Per, el organillero sueco, como siempre produciendo fantasmas de gente famosa cada vez que giraba su manivela. Y el otrora perdido Pedro el Vagabundo, viejo milagrero originario de La Ciudad del Valle que luego de tirarle kilos de monedas de bronce romano a los grupos de observadores, reconoció por instinto natural a sus compatriotas Juan y Pedro y Rodrigo.

Los saludó y abrazó efusivamente y Rodrigo se sentó tranquilamente, meneó la cola, cantó All you need is love, levitó, desapareció y volvió a aparecer al lado mío como si fuera la cosa más natural del mundo. Causó sensación y los tres fueron remunerados con huesos con carne, tarjetas de crédito y monedas de plata sterling 24 de enorme valor en los mercados bancarios mundiales.

Y estuvieron aquí en La Calle Larga todo el día y toda la noche compartiendo momentos felices con los otros milagreros, los niños de las guerras de bolas de nieve y los paseantes, haciéndose además muy muy ricos.

Volvimos a mi casa al amanecer y alguien había construido un gigantesco hombre de nieve en mi jardín. Rodrigo lo inspeccionó, levantó una pata y lo orinó.

Cesó de nevar y salió el sol pálido y tímido del invierno danés. Yo les propuse quedarse a vivir en el reino de Dinamarca para siempre pero me dijeron que no, gracias. Ya extrañaban mucho su Puente Colo Colo, sus compañeros de vida, su Ciudad del Valle y sus habitantes silenciosos y emproblemados.

Llamé a Mario Benedictus por teléfono y le comuniqué las últimas novedades. Los niños querían volver lo antes posible. Sufrían de nostalgia.

Les regalé un teléfono celular para que me llamaran de vez en cuando y me dieron un abrazo que me hizo llorar de emoción. Rodrigo me dio un efusivo beso en la boca.

Los milagreros de La Calle Larga de Valby nos acompañaron al aeropuerto para despedirlos y ayudar a cargar las bolsas llenas de dinero y huesos carnosos. Pero Juan y Pedro, antes de subir al avión, regalaron toda su fortuna a la asombrada concurrencia.

Y ahí están ahora de regreso. Sus vidas no han cambiado mucho. El viaje a Valby fue una ráfaga onírica, una visita fugaz a otro mundo. No sé de qué les habrá servido. No creo que les haya hecho daño. Su firme lealtad con el puente y sus amigos y la Ciudad del Valle me impresiona y me hace pensar que estos niños saben lo que hacen y lo que quieren. Y no es el reino de Dinamarca, en todo caso.


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