miércoles, 31 de octubre de 2012

EL TÍO PELAYO




Fotografía y diseño de Ian Welden.




"En memoria del genial y generoso Pelayo Gajardo, que en paz descanse.
Y para todos los niños y niñas del mundo que no tienen un padre o una madre, pero sí un noble tío o tía que los quiera y los cuide"



Dejé de tener padre a la edad de diez años. Él regresó a su país y no volví a verlo. El dolor tan profundo por la separación  lo llevo intacto en algún lugarcito de mi alma.

El hermano de mi abuela Graciela, el tío Pelayo, asumió la tarea de ser mi figura paternal. Era mi tío preferido y siempre me invitaba a su vieja casa en el pueblecito de Papudo, litoral chileno. Debido a los terremotos  era una  vivienda embrujada de las películas de Walt Disney. Pero en medio de la alegría  siempre había un lugar para mí entre mis primos, primas, tíos y tías.

Todo el tiempo vestía los mismos traje, corbata y zapatos envejecidos. Y un maletín, de cuero de dinosaurio, decía él, por lo avejentado. Pero no faltaba comida para doce personas o más, y braseros en los dormitorios para  el frío en las gélidas noches del Océano Pacífico. Ni algún dinero para comprar caramelos Ambrosoli.
Su automóvil era una ambulancia que encontró abandonada en un basurero. Con paciencia la limpió y reparó hasta hacerla funcionar. Incluyendo la sirena. Y el viaje de inauguración del vehículo lo hicimos con serpentinas y globos a alta velocidad por las polvorientas calles de Papudo. La sirena asustaba a las aves, chanchos, caballos y otros seres comunes en la vida del pueblo.

En Papudo me enamoré por primera vez de mi prima Sarita. ¡Ay, qué terrible, señor! Era un amor platónico correspondido. En la playa, recogíamos envoltorios de caramelos Ambrosoli para nuestra fingida colección. Nos mirábamos poco a los ojos porque cuando lo hacíamos un destello de luz nos cegaba y ruborizaba.

 En los atardeceres trepábamos por las rocas de la playa  y teníamos nuestro lugar predilecto cerca de los botes ya amarrados para la noche. Ahí entonábamos canciones de moda tales como "Mi amor, mi corazón, eres tan bella, como un melón..!"

Todavía y ya en mi vejez me duele el alma cuando la escucho en la radio. No recuerdo qué sucedió con nuestro amor. Creo que nos perdimos en los recovecos de la vida... Recuerdo también a mi prima Isabel, muy hermosa y de ojos verdes. Tenía mi edad, diez años, y éste era un amor sensual pero jamás consumado. Un día, en una de las carpas que se usaban para cambiarse de ropa, me bajó el traje de baño y ahí estuvimos, de pie el uno frente al otro con los ojos cerrados...sin saber qué más hacer.

Mi tío me enseñó a peinarme como adulto. Mis padres no se habían ocupado de ese detalle y mi cabello muy largo caía revuelto sobre mis anteojos y orejas. Él me llevó a la peluquería y ahí después que me cortaron un kilo de pelo, sacó su peineta del bolsillo: "De este lao pa´la izquierda y aquí te hacís la partidura. Y este lao pa´la derecha y quedai macanudo!"

Me acuerdo de él cada vez que me peino.

 Por las noches íbamos todos a pescar al destartalado muelle de Papudo . Una vez me caí al agua. Habría tres metros de altura desde la plataforma del muelle al mar. Me estaba ahogando entre la gritería de mis primos y de los pescadores. En medio de mi angustia, apareció mi tío en el agua, con su traje, corbata y zapatos. Mi héroe salvó mi vida

Él  venía a visitar a mi madre en Santiago, . Su llegada en su ambulancia causaba risa o espanto entre mis vecinos. Generalmente planificaban con mi madre, abuelo y abuela, mi próxima estadía en Papudo, lo que me alegraba  porque podría ver a Sarita e Isabel nuevamente.

Mi adolescencia me llevó a vivir a otros países y perdí contacto con él. En Barcelona  viví un año y desde ahí me trasladé a Copenhague. Cuando viajé a Chile hablamos por teléfono y quedamos en encontrarnos en el Kika, un café restaurante muy famoso en la calle Providencia, cerca del inmundo Canal San Carlos, en Santiago de Chile.

Nuestra reunión fue triste. Me contó de la muerte de su adorada esposa, la tía Gary. Lucía muy viejito, con un bastón. Le pregunté por la ambulancia y nos reímos. 
La soledad lo embrujaba. Este hombre genial y generoso, que una vez fue el espíritu vivo de varias generaciones en nuestra familia, había sido abandonado por nosotros cuando más nos necesitaba. Sentí vergüenza y se lo dije. El guardó silencio.

Nos dimos un gran abrazo y se fue de mi vida apoyado en su viejo bastón, seguramente a golpear en alguna puerta para mendigar una tacita de té y un gramo de compañía.

martes, 30 de octubre de 2012

SAN BOI



                                                                 Fotomontaje de Ian Welden, 2007

Cuando joven, tuve que abandonar mi patria y mi familia. Crucé la Cordillera de los Andes y el Océano Atlántico en un destartalado Lan Chile -Línea Aérea Nacional- y llegué a un pueblito llamado San Baudilio del Llobregat conocido en la región como San Boi -norte de España- y muy cerca de Barcelona, la capital de Cataluña.

San Boi era un pueblo de pocos habitantes; un cerrito en la mitad -que me recordaba Santa Lucía de Santiago- y un río oscuro y lodoso llamado Río del Llobregat. Yo iba a pasear mi soledad por el cerro y el río echando de menos a mis amistades y a mis amores en Santiago.
Llobregat, me viste llegar una tarde (tipo extraño -no - de - aquí) y  me tendiste tu alfombra roja. Me cuidaste como una madre cuida a su hijo enfermo.

En las tardes calurosas me acurrucaba bajo la sombra de tus árboles y dormía siestas a la chilena mientras a mi alrededor caminaban pastores con sus cabritas y chivos y campanas. Nos hicimos amigos y guardaste mis secretos con discreción a orillas del muro de tu  Hospital Psiquiátrico del Municipio, Montserrat y su lengua poderosa. Y entre las basuras del destartalado río, Constanza.
Y Dolores, la mujer más linda de Cataluña, empleada del supermercado local.
YO: Cien gramos de jamón, por favor.
DOLORES: ¿Jamón dulze o jamón ahumado?
YO: ¿Cuál es la diferencia?
DOLORES: ¡Puez... vaya! que si te apeteze te doy un millón de gramoz del jamón máz dulze que hayaz conozido en tu vida... ¿Vale?
Esa noche nos fuimos al Cementerio Municipal y entre muertos envidiosos y tumbas  intercambiamos regalos. Quedamos sorprendidos ante tanto cariño y satisfacción que dos seres desconocidos pueden entregarse.
Al salir del Cementerio (a cuya entrada estaba escrita la siguiente advertencia: "Los que aquí se acuestan jamás saldrán caminando") proclamamos eufóricos de oporto y de amor el acercamiento entre los pueblos hispanoamericanos.
Te traicioné.

"A vegades no saps perque
et deixas emportar com lagua dun riu..
y da sobta racordas
que la main feillugas
tanan al timon a duas pasas *

Un día de julio tomé un tren en la Estación Central de Barcelona y trepé hacia el Norte de Europa, hacia la oscuridad y el hielo de Escandinavia en pos de una mujer rubia. Dejé atrás tus cabellos y ojos negros. Y tu sardana de trescientos ochenticinco pasos, tus pititos y tus pañuelos en tu cabeza.
San Boi, muchos años más tarde volví ya viejo, a visitarte. Estabas silencioso como siempre con tu cerrito  situado en el centro del pueblo. Y tu río lleno de viejos refrigeradores oxidados y aparatos de televisión ya muertos y colchones olvidados.
Grité por tus calles en la noche y le pedí compasión al descomunal muro de tu Manicomnio Municipal: ¡Montse, Constanza, Dolores! ¿Dónde están?
¡Jamón dulce! ¡Jamón dulce!
La Guardia Civíl me sorprendió con mi botella de oporto ya vacía. No entendieron mi historia pero me trataron con amabilidad.

Chao San Boi...
Macachis en la mar salada.
Eso matesh. ¿Com va so?
¡Adeu su au!
a veces te dejas llevar
como el agua de un río.
Y de pronto te acuerdas
de que tienes el timón a dos pasos...

*Valeria Pullo
l

lunes, 29 de octubre de 2012

COSAS DE NIÑO

Queridas amistades, este relato aborda un tema por el que algunas personas me tildan de inmoral.
Pero muchas personas me apoyan y revistas literarias virtuales lo han publicado ya que entienden que l@s monstruos pedfílic@s son una lacra social peligrosa y que son seres astutos y sin escrúpulos. Son mortales para toda la comunidad.
Uso un lenguaje que tal vez les resulte grosero, hiriente o repulsivo. Demás está advertir que en su actual forma este relato no es adecuado para niñ@s

Ian Welden.




http://www.pedofilia-no.org/

1
Cuando empecé a conocer este mundo tuve miedo. porque mi padre no tomaba mi mano al cruzar  las calles.  Mi madre palpaba los moretones en su cara y  en su cocina agregaba lágrimas a las  cazuelas.

 El firmamento amenazaba caer sobre mi cama, en mis pesadillas. Porque yo guardaba un secreto. Cuando mis padres se  recluían en su mundo, mi tío me colmaba de juguetes y caricias. Me  paseaba en su auto y me hacía cosquillas entre las piernas. No entendía muchas cosas, pero las aceptaba convencido de que la vida era así para todos. 

Yo no tenía amigos. Los días en que mi tío no aparecía eran largos y tediosos. Ciertos domingos, con mi padres, íbamos a la iglesia y luego comíamos pasteles en el parque. O caminábamos por la alameda, ellos, tomados de la mano y yo, temeroso de volver al infierno de siempre.

La atmósfera en la casa solía ser tormentosa. La llegada de mi tío cambiaba el color del universo. Él me llevaba al parque de diversiones, donde comíamos hotdogs mientras navegábamos en los botecitos del Túnel del Amor. Una  vez me besó en la boca. Un  malestar recorrió mi cuerpo y el hot dog se me cayó al agua. Él dijo que nuestro amor era sagrado, que por nada en el mundo se lo contara a mis padres. Me aseguró que Dios se enfadaría si yo traicionaba nuestro juramento. Luego, me compró un enorme oso de felpa  y cenamos hamburguesas con papas fritas.

El miedo me torturaba cuando regresé a mi casa, pero mi.padre me revolvió el pelo. Mi madre me subió a su regazo, me besó y apretujó. Me pregunté  si  tal vez Dios se los habría contado. Miré confundido a mi tío y él me envió un beso a través de la sala. Todo estaba bien, quizás.

Esa noche, mientras oraba el Padrenuestro, escuché los gritos en el cuarto contiguo. Abracé al oso y hundí  mi cabeza en la almohada

2

Tenía siete años de edad cuando mis padres se separaron. Me quedé con mi madre y mi tío me llevaba a visitar a mi padre quien siempre estaba borracho. 

En el colegio religioso tenía tan sólo una amiga. Los padres de Soledad estaban separados y ella  también tenía un secreto con su padrino. Mi tío asumió con entusiasmo el rol de padre y sus atenciones para conmigo. Sus caricias se tornaron más raras y nuestro pacto se tornó en  amenaza. Yo no entendía su necesidad de tocarme los genitales ni su obsesión por masturbarse contra mis nalgas. Me hacía llorar cuando me obligaba a besar su miembro El  decía que así demostraba su gran amor por mí. Yo intuía que mi situación era algo malo, pero mi dolor no lograba formularlo en palabras.

Soledad era silenciosa y solitaria como yo. Su madre estaba internada en un hospital psiquiátrico y ella vivía con su padre en un sector pudiente de la ciudad. Su padrino, un señor jovial, la esperaba  en su automóvil al terminar las clases. Cuando él y mi padrino se encontraban se daban abrazos y palmaditas en los hombros.

Un día Soledad y yo olvidamos nuestro juramento.  Yo le conté y ella me confesó un pacto de amor con su padrino.
 Ignorábamos la magnitud de nuestra situación, pero ya no estábamos abandonados al mundo. Sin embargo, yo me sentía dividido. El niño que amaba la vida y era capaz de sonreír y, el otro, que soportaba en silencio las amenazas  de condena eterna  de los religiosos

Un viernes, mi tío  invitó a Soledad y a su padrino a pasar el fin de semana con nosotros. La siniestra ceremonia duró hasta el domingo, en que fuimos los cuatro a la misa a comulgar. Mi amiguita sollozaba en un rincón de la iglesia. Yo le confesé mi pesadilla al padre Nicanor, pero él me increpó que eran cosas de niño.  Me mandó a rezar diez Padrenuestros y veinte Ave Marías.

3

El padrino de Soledad había denunciado su desaparición y la policía encontró su cuerpo flagelado.  El padre, ausente en la vida de su hija, se conformó con el encarcelamiento de un viejo vago. Mi adorada Soledad fue sepultada con sus lágrimas y sus esperanzas. Me refugié en el consuelo de mi madre y rechacé las insistentes invitaciones de mi tío y del padrino.

La muerte de Soledad era el castigo de Dios por haber traicionado el juramento

Mi madre me llevó al médico y encontré refugio en unas píldoras verdes.Al inicio ella administraba mis píldoras, pero pronto necesité más. Las hurtaba para poder tocar el exquisito cielo de la indiferencia.  Acepté  las invitaciones de mi tío y del padrino de Soledad. Esta vez, sin rituales de seducción ni  pactos de amor. Tenía muchas pildoritas a mi disposición. Muchos hombres sometían a niños y niñas de mi edad a sus violentos caprichos. Así conocí también el infierno.

Mi tío no me proveía droga durante la semana. Me iba con mi  uniforme escolar a los baños públicos del centro de la ciudad. Allí me dejaba manosear a cambio de píldoras de todos los colores. La policía entraba a vigilar, pero ellos veían a un colegial de siete años de edad con sus libros bajo el brazo.

Mi padre murió por esos días y mi madre, que no había perdido la esperanza de volver con él, enfermó de pena.

4
Mi madre murió el día de mi cumpleaños número ocho. Yo, que había perdido mi habilidad para llorar, descubrí mi capacidad para odiar. Odié a mi madre por haberme dejado. Odié el recuerdo de mi padre y a las autoridades por obligarme a vivir con mi tío. Odié a los profesores, los sacerdotes, la policía... y echaba de menos a Soledad.

Algunas noches, en el cementerio, me sentaba a los pies de las tumbas. Y volvía  a casa de mi tío no sin antes  apedrear  estatuas y mausoleos del  llamado "campo santo". 

Comencé a entender, creía yo, los torcidos manejos del mundo que me había tocado vivir.

Una tarde de sábado, en casa de mi tío, varios niños yacían inconscientes en los sofás y en la alfombra. Escuché gritos cuando mi tío, desnudo y sudoroso, abofeteó a una niña. La condujo a un cuarto donde lo esperaba el padrino con una cámara fotográfica. Corrí al baño, tomé una navaja  y logré degollarlos a los dos.

 Llené mis bolsillos con píldoras, llamé a la policía y salí a las calles con la navaja en mi cinturón. Llegué al Cementerio Viejo y allí me instalé en una cripta, cerca de Soledad.

Nunca más me prostituí, me dediqué a vender droga.  Obtenía más con mi navaja. Vestía mi uniforme escolar y si la policía  amenazaba con encerrarme, yo les  entregaba un fajón de billetes. 

Yo mostraba mi navaja sólo a hombres y viejos solitarios. Hurtaba alimentos en los supermercados pero de vez en cuando iba al Restaurante Golden. Allí, además de cenar como rey, el dueño me dejaba lavarme en los baños.  Él no me conocía, pero yo sabía que era el padre de Soledad. Qué deseos tan ardientes tenía de "afeitarlo". Paciencia, paciencia...

Muchos niños de la calle eran feroces y vivían en grupos bajo los puentes.  Otros eran solitarios como yo. Pero todos llevábamos el estigma de Abel en la frente. No existía el cariño ni la camaradería. Solamente miedo, odio y violencia. 

Yo tenía  muy cercano a mi corazón el recuerdo de mi madre, así como la sonrisa de Soledad.
Era privilegiado en medio de ese infierno.

5

Una noche, con hambre y frío, no encontré  a quienes mostrar mi navaja. Mi cuerpo se sacudía por la abstinencia, así que fui a mi nido en la cripta. Allí, una pandilla de niños de mi edad, con cuchillos y pistolas, me rodeó. Me despojaron de mi uniforme escolar y de mi imprescindible navaja. Luego me propinaron puntapiés en todo el cuerpo.

Cuando desperté creí estar en el infierno. El padre de Soledad estaba inclinado sobre mi cuerpo  enfebrecido. Intenté levantarme pero él me sujetó con ambas manos.Me explicó que me había encontrado inconsciente en una calle cercana a su restaurante. Que sabía quién era yo y que me iba a cuidar.  Me dio algo de beber y me inyectó un líquido transparente en un muslo.

 La habitación era lujosa, la cama era blanda y olía a flores.Dormí por tres días y al despertar  encontré frutas y leche sobre una mesa. Estaba solo y mi instinto me dijo que debía desvalijar y huir. Pero no tenía ropa y la  sensación de abstinencia me produjo un conocido pánico. Comía manzanas cuando el padre de Soledad apareció en el umbral con un paquete  y una jeringa. El paquete contenía vestimentas y zapatos. Me inyectó, según dijo, un tranquilizante que evitaría los síntomas de abstinencia.

Todo era como un buen sueño pero yo estaba preparándome para su asalto. En cualquier momento me iba a comer. Ahora tan sólo me estaba engordando. Pero ese momento no llegó. Me relató el  asesinato de su hija cometido por mi tío y el padrino. De cómo la policía recibió dinero e inculpó al pobre viejo para cerrar  la investigación . De cómo la policía amenazó con inculparlo de violación y tortura  de su otra hijita, si no callaba... También dijo que me había visto sufrir en el cementerio la tarde en que Soledad fue enterrada.

A mis ocho años de edad no lograba asimilar tanta maldad. Mi impresión cuando atravesaba las calles con mi padre sin su mano, era la correcta.

6

Ahora, en La Penitenciaría del Estado, cumplo condena perpetua por los asesinatos de mi tío y el padrino. Aquí las cosas son idénticas a la vida de afuera. Soy un hombre joven, sí, y debo cuidarme con mi navaja. Acechan las bandas de reclusos violentos. Los guardias exigen pago por privilegios, una celda privada, una caminata a la ciudad, droga, sexo.Aún viene a visitarme el padre de Soledad, con su hija menor. Y en las noches solitarias, entre las maldiciones de los reos, vienen mis padres y mi amada Soledad a acompañarme. Ellos me hacen dormir tranquilo, como  un niño.


Publicado por Revista Arena y Cal España
http://www.islabahia.com/arenaycal/2010/171_mayo/ian_welden171.asp

Publicado por Revista Azul Arte Canada
http://revistaliterariaazularte.blogspot.dk/2009/09/ian-weldenprosa-poesia.html

Publicado por José Pivin en su revista EL GALLO EN ALPARGATAS Haifa, Israel
http://el-gallo-en-alpargatas.blogspot.dk/2010/04/ian-welden-desde-dinamarca-cosas-de.html

domingo, 28 de octubre de 2012

PABLO DE LAS RAÍCES DESCUBIERTAS





De las raíces más profundas de Chile
brotó un hermoso Pablo una noche de tormenta
con la palabra precisa en su corazón celeste
dispersando hospitales azules por el planeta.
Se instaló en la más alta cumbre del universo
haciendo invitaciones siderales
domando al soberbio verbo castellano
como si fuera una bella y chúcara yegua blanca.
Pablo de los destierros infinitos
rondando por los secretos cordilleranos
desmembrando cebollas de cristal
bebiendo el vino oscuro de la persecución.
Pablo capitán de amores secretos
dejando sus huellas transparentes en la nieve
soñando sueños de barcas y caracolas
en sus solitarias noches consulares.
Se lo llevó el sangriento sismo dictatorial
un silencioso día de septiembre
dejándonos huérfanos y descubiertos
con una amarga ausencia en nuestro pan.
Su canto grandioso de charangos tricolores
se escucha poderoso y multilingüe
en las diáfanas latitudes de la Vía Láctea
vestido de una gloriosa manta de arriero.

.

Tomado de Cien de los mil poemas a Neruda "Neruda no ha muerto".

Imagen: Arte gráfico de Ian Welden  "El pueblo de mi infancia".-2010