Dedicado a Robinson Hakim, el mejor amigo que he tenido.
Ian.
Fotografía y diseño gráfico de Sidsel e Ian Welden.
Observo mi
infancia desde mi vejez, como un capitán de barco ve las costas de un nuevo continente desde sus binoculares.
Yo amaba el mar y a mis diez años
de edad fui a veranear con mi abuelo. Él me llevaba a las playas cercanas a la
ciudad de Santiago, donde nací y crecí. Me fascinaba correr solo por la
arena blanca cerquita de la reventazón de las olas. Me sumergía en las aguas
frescas para explorar el suelo marino en
busca de tesoros.
Me iba a la
playa por la madrugada. Los peces moribundos y las
conchas de mar la barnizaban de colores pasteles rojos y pardos. Me agradaban el viento y la monotonía del oleaje sólo para mi, era una
experiencia mística.
La pesca la realizaba con un hilo de nylon enrollado en un tarrito de nescafé, un anzuelo y un peso. A esas horas
de la mañana los peces necesitaban su desayuno y yo los atrapaba
con facilidad. Los disponía en hilera sobre las rocas y estudiaba con
curiosidad el lento proceso de sus agonías.
Luego las playas se iban llenando
de bañistas con cremas solares, parasoles y anteojos ahumados. Radios y
vendedores. Y lo estropeaban todo. Gritaban y jugaban a la pelota. Se
atragantaban con sus sandwiches, sus pollos asados y sus huevos duros
llenos de arena y sus vinos y cervezas.
El sol los freía mientras sus perros se posesionaban de las
olas. Luego se iban, dejando sus papeles
de diarios, restos de comida y botellas vacías.
Un verano fuimos al pueblito El
Pirata. Su larga playa estaba rodeada por cerros de pinos y rocas. Estas eran escondites ideales para
jugar a Tarzán o Robin Hood. Lo mejor de todo era la ausencia de otros veraneantes. El lugar era todo mío. O, por lo menos, así lo creí.
Una mañana, me ocultaba de
Aquaman en las rocas cuando escuché voces que venían desde la playa. Divisé a
dos niños de mi edad preparándose para nadar. Uno era muy blanco, rubio y
muy gordo y el otro de tez morena, bajo y flaco como una espiga.
"¡Apúrate, guatón, que el mar se va a secar!"
"No me cabe mi bañador!"
"¡Vay a tener que ponerte a dieta, guatón. Yo me voy a nadar, no
más!"
"No, no! Espérame un poquito... Ya, estoy listo!"
Yo quería tener ese paraíso sólo para mi. Desmoralizado, regresé al hotel. Por la tarde, mi abuelo y yo pescamos en la playa
solitaria desde las rocas. Él, como de costumbre, me contó sus hazañas
de la Primera Guerra Mundial, cuando tuvo que matar por primera vez con una
bayoneta. Era muy joven y peleaba junto a los ingleses contra los alemanes. Un día
se encontró frente a frente con un soldadito de su misma edad. Ambos temblaban
de miedo pero sabían qué hacer. El alemancito titubeó y mi abuelo le clavó la
bayoneta en el estómago. El niño gritó "mamá" y cayó al suelo. Mi
abuelo corrió por el campo de batalla llorando amargamente.
Quise contarle mi experiencia con
los niños desconocidos esa mañana pero desistí. Me diría: "...pero tienes
que hacerte amigo de ellos, pues...". Y no quería escucharlo, ellos eran mis
enemigos. Así sería más entretenido y podría recuperar mi territorio.
Pero a la mañana siguiente
¡llegaron cuatro! Los dos del día anterior más uno muy flaco y muy alto y uno
chico y gordito, casi negro.
"Ya pues, guatón, de nuevo la misma tontera con tu bañador..."
"Si ya estay más gordo que el Mohamed!"
"Yo no soy gordo, Juaco, soy bien alimentado!"
"Y bueno, ¿vamos a nadar o discutir?"
"Todos a nadar, menos el guatón Dragi!"
"Si ya voy! ¡Ya voy! ¡¡Espérame, Robi!"
"El último es mujercita...!"
La situación se había vuelto
difícil, ahora tenía cuatro enemigos. ¡Y qué nombres tan raros! Recorrí
pensativo los recovecos de mi guarida sin poder encontrar una estrategia.
Decidí consultar con mi abuelo. El era experto en guerras.
"Tata, los enemigos en la guerra, ¿eran extranjeros?"
"Si, pues, mijito, eran alemanes".
"O sea que los extranjeros, ¿son los enemigos?"
"No, no, no. ¡Cómo se te ocurre! Acuérdate que yo soy extranjero y
no soy enemigo de nadie!"
"Usted es inglés. Tatita, y ¿cómo se llamaba el alemán que usted
mató?"
"No sé, mijito. Otto, tal vez..."
"Qué nombre tan raro. ¿Todos los extranjeros tienen nombres
raros?"
"Mira, picó uno... ¡viene pesado!"
Esa noche no dormí. Seguro que esos niños
eran extranjeros y enemigos. Pero ¿qué hacer?
Me levanté con el sol y me fui a
la playa. La encontré desierta y corrí por ella como caballo desbocado. Nadé
entre las olas frías y saqué del fondo piedras y conchitas multicolores. Todo
era como antes, ¿por qué esos niños extranjeros me privaban de mi mayor placer en la vida?
Me encaramé a mis rocas y me
tendí a descansar, pensé que tal vez no vendrían más, pero escuché sus
voces. Me asomé a mirar y no lo podía creer: ¡habían dos más! Uno de los nuevos se parecía al llamado Robi. Seguro que eran hermanos, pensé. El otro era alto y
rubio. Se preparaban para nadar.
"Oye, Harald, ¿de dónde sacaste esa toalla rosada? ¿Es de tu
novia?"
"Yo no tengo novia, idiota. Y tú, Nano? Tu bañador parece un
calzoncillo!"
"Y el tuyo parece un calzón de tu mamá...Ja Ja!"
"Ya pues, Dragi, como de costumbre el último en la fila!"
"Oigan! Oigan! El bañador del guatón parece carpa de circo!"
"Ja Ja Ja Ja!"
Y para mi estupor, Dragi, el guatón rubio, me señaló con su dedo
índice y gritó:
"¡Pero el bañador del espía está hecho de un trapo de cocina!"
Yo me congelé, me sentí
mareado y creí desmayar. Y fue peor aún cuando me gritaron que saliera de las rocas, como hombre! Tuve que bajar de mi santuario y
caminar hacia ellos.
"Cómo te llamay?"
"...Ian..."
"Hola. Yo me llamo Robi. ¿Qué haces escondido en las rocas
espiándonos todos los días?"
"..................."
"Yo soy Dragi, hola, cómo estay?"
"Y yo soy Mohamed, ¿que tal?"
"Hola, yo me llamo Nano, ¿eres chileno?"
"Si..."
"¿Y de donde sacaste ese nombre tan gringo?"
"Me lo dio mi papá..."
"¿Y de dónde es tu papá?"
"Mi papá está muerto. Era de los Estados Unidos".
"Mi papá es chileno".
"Y mi papá es árabe!".
"Y el mío es alemán"
"Y mi abuelo es español".
"Hola, yo soy el guatón Dragi, mis viejos son chilenos".
Todos me tendieron su mano mientras yo quería morirme de
vergüenza. Y nos hicimos
amigos. Compartimos la idílica playa de El Pirata, los
bosques y las rocas. Nos divertimos mucho juntos ese verano .
Y ahora, ya viejos, seguimos siendo los mejores amigos del mundo.
Guardo entonces mis binoculares
de capitán de barco y me acuesto en mi sofá, aquí en el reino de Dinamarca,
para descansar un poco y esperar la visita de mis hijas chileno-danesas.
Precioso cuento, Ían. Me ha emocionado mucho y quisiera conocer al Ían niño.
ResponderBorrarHas logrado una muy buena forma para compartir el racismo y el nacionalismo, te felicito. Es un cuento que cambia vidas y convicciones.
Un abrazo,
Sylvia.
Estas historias mi querido Ian son espectaculares, mastica vivencias y recuerdos de antes, para mostrar un poco más de tu esencia.
ResponderBorrarMe encantó leerte, te dejo un fuerte abrazo!
Las recuerdos de la infancia son tan tiernos, disfrutar con los abuelos, relatan vivencias increíbles, duras cuando han sido de las guerras
ResponderBorrarUna brazo
Recordando a Ian, el gran amigo de casi todas las vidas a pesar de las distancias y quien sigue viviendo con nosotros dentro de nuestros espíritus. Soy Nano mencionado en el cuento y el hermano de Robinson. Gracias por mantener este blog pero debo hacer una sugerencia. ( lei el cuento hace años, en la nueva versión hay un error hecho por el editor cuando habla de la Primera Guerra Mundial y menciona a los "nazis" en ese contexto, el original hablaba de los alemanes.) Nuevamente, mi agradecimiento emocionado por mantener viva la memoria, el arte y la poesía de nuestro querido Ian. Saludos... Nano.
ResponderBorrarMuchas gracias,Nano, ya hice la corrección.
Borrar¡Qué casualidad!, ya de antes sentía curiosidad, pero desde anoche me he preguntado insistentemente sobre Robinson Hakim a quien Ían dedica un poema La vida siempre eterna, http://milagroswelden.blogspot.com/2012/01/la-vida-siempre-eterna.html, un post que colocó un año y dos semanas antes de fallecer.
Me ha emocionado este encuentro, como lo hago cuando, a veces, releo esta hermosa historia.
Muchísimas gracias por el comentario.
Saludos cordiales.
Melba Reyes Altamirano
Managua.