miércoles, 2 de enero de 2013

INOCENCIA

Fotografía y diseño de Sidsel & Ian Welden. Copenhague 2000.





¿Cuál es nuestra inocencia? ¿Cuál es nuestra culpa? Todos estamos desnudos, nadie está a salvo.
Marianne Moore


En una ciudad donde las casas multicolores cuelgan de las montañas como adornos navideños, allí donde los barcos de todo el mundo llegan a descansar, nació la bella Inocencia.
Valparaíso está en Chile, ahí donde termina el mundo. Donde vuelan los cóndores. Donde la naturaleza  mezcló desiertos ancestrales con valles verdes, mares testarudos y cordilleras solitarias, vientos impertinentes y hielos que se estiran hasta caerse del planeta.
Al nacer, sus padres se dieron cuenta de que habían recibido a una niña especial. No sólo era bella , sino también inteligente y emprendedora. Y con una bella sonrisa  que todos los güagüitos se enamoraban de ella.
Su padre trabajaba cargaba pesadas cajas en el puerto. Los barcos de la China traían hierbas y té. Los de África llegaban con diamantes y los de Madagascar traían telas bordadas con oro y plata que los políticos y pijes chilenos compraban para sus esposas.
Valparaíso enviaba al resto del mundo toneladas de cobre, vinos y frutas a lejanas regiones.
Su madre, Consuelo, hacía vestidos y lavaba ropa, por lo que ganaba unas monedas. Ella subía las empinadas escalas que unían a todos los cerros de la ciudad, las cimas y el mar, acarreando las compras y visitando a sus comadres.
En el patio de la casita de madera y adobe había gallinas ponedoras. También gallos que se sacaban las crestas a picotazos.

 Inocencia, a los cuatros años de edad, ayudaba a su madre a degollar gallinas.  Consuelo preparaba cazuela de aves con papas y arroz para los cumpleaños. Inocencia lloraba en el baño por las gallinas.  Enterraba los restos y les ponía pequeñas cruces de palo.
Inocencia fue al colegio desde los cinco años de edad. Su padre le regaló un bolsón de cuero. Era su orgullo y, además el único bolsón de cuero de verdad. Los otros niños llevaban mochilas de tela y plástico, de colores chillantes y con letras y dibujos extranjeros. Algunos llevaban bolsas sucias de género y a Inocencia le daba pena.
Le gustaba ir al colegio y era buena alumna. Pero le gustaba más ir al puerto a mirar los buques de países extraños como China, India, Dinamarca...Y las tripulaciones multicolores, amarillos como el azafrán, oscuros como el té, blancos como el papel. Se acercaba a su cansado padre de color té con leche  y él la levantaba de la cintura y le daba un besito en la frente.
Vagaba por la ciudad. Subía y bajaba a saltitos los ciento sesenta y dos peldaños de la magistral Escala Cienfuegos, más larga que el muro de China, pensaba. Y en cada escalón se detenía unos segundos para intentar descifrar el fenómeno de la cercanía y la distancia. Mientras más alto trepaba, más pequeña se veía la Iglesia de San Francisco. ¿Por qué sería?
Los domingos, después de misa, se iba sola a la ciudad. Disfrutaba su propia compañía. Entraba a un mundo mágico donde la vida y los objetos podían manipularse a gusto. Caminaba sin cansarse por los cuarenta y cinco cerros y cerras de Valparaíso y aprendía sus nombres de memoria, y divagaba como en un sueño surrealista: "Cerra la Cruz, hembra dócil y amable. Víctima de la fechoría de las crucifixiones, la pobrecita"."Cerro Lechero, macho sonriente, vacas y toros deambulan rumiando tranquilamente, vacas regalando leche tibia a los seres humanos". "Cerro Cárcel, híbrido, no quiero ver, no quiero mirar, debo seguir caminando..." "Cerra Alegre, hembrita pequeña como yo..." Y jugaba con la Cerra Alegre y volaba con el Cerro Mariposas.
En los muros de los recovecos de la ciudad encontró una inscripción misteriosa: "se pelan bebés". Sacó su tarrito de pintura celeste y escribió "también se beben pelas". En otro muro decía "la fuente de la imaginación es la locura". A lo que ella agregó "y yo me lavo los pies en la fuente".
Inocencia iba a pasear por las playas a mirar a los pescadores. Se sorprendía ante la inscripción "limpiada de pescados es a conciencia suya..." La encontraba enigmática pero no se atrevía a escribir su respuesta inmediata ("y su conciencia es un pescado limpio"). Revisaba a las bestias marinas expuestas al calor y al oxígeno. Peces verdes de estómagos blancos. Peces rosados de estómagos marrones y agallas como alitas lisiadas.  Peces azules de escamas brillantes como diamantes viejos y opacos. Y todos con sus ojos y bocas abiertos, todos agonizantes así como había agonizado su abuelo, el Tata. O como soldados que se han rendido a la muerte
.
A veces, Inocencia se subía a los ascensores mágicos, carritos de fierros asmáticos que se quejaban de dolor de espalda. Desde ahí veía a la ciudad haciéndose chica, grande, chica... grande... hasta que caía en un sopor agradable, y finalmente se dormía.
Entonces, algún tío, padrino o vecina la tomaba en brazos y subía con ella cien peldaños y la depositaba en manos de sus padres. Y las gallinas hacían sus clo-clo-cloes y los gallos sus ki-kiri-kies y la mano dulce de la noche cubría a Valparaíso.
E Inocencia soñaba con la resurrección de todas las gallinas y gallos que había degollado.

Ian Welden, Dinamarca, Chile, © 2010

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  • 5 comentarios:

    1. la inocencia siempre deja luces en la memoria y sobre todo arreboles en la consciencia
      lástima que con el paso de los años se va desvaneciendo

      buena semana

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    2. Hola Ian, Feliz Año Nuevo!
      La Inocencia es asi, vaga sola, a veces se sumerge en la marea pero vuelve a reproducirse y brillar como un milagro en algun poema en prosa, como en este cuento hermoso y especial.
      Te envio un gran abrazo hasta la Tierra de las Hadas.

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    3. Ian, es un bello relato en el que percibimos con nitidez los colores y los aromas de Valparaíso, el escenario en el que se mueve Inocencia y su mundo real y simbólico.
      Una metáfora para este año de comienza.
      Encantada siempre de leerte.
      Abrazo

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    4. Las aventuras de Inocencia se transformaron en bello relato.
      Dicen que las mujeres de Valparaiso tienen las mejores piernas por las escaleras
      Abrazo

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