lunes, 10 de diciembre de 2012

DE LIMOSNEROS Y DADIVOSOS


Fotografías y montaje fotográfico de Ian Welden, Copenhague.


De niña, salía con mi madre a caminar por la ciudad de Santiago de Chile. Cuando los mayores  hablaban de "el mundo", yo creía que se referían a esta urbe agitada y desordenada, llena de ocurrencias y de seres tan diferentes. Y tantos limosneros por todas partes con sus tarritos tintineando una monedita y sus lamentos: "...una limosnita, por amor a Dios!".
Había ciegos, mutilados, mujeres harapientas con guagüitas semidesnudas colgando de sus brazos, jorobados, cesantes hambrientos, niños deformes... todos gritaban "una limosnita, por amor a Dios!".
Algunas personas decían que no se les debe dar dinero, que son haraganes. Según otros, ganan fortunas con las dádivas de la gente ingenua. Mi madre guardaba respetuoso silencio ante ellos y daba muchas moneditas, por aquí y por allá. Yo sentía lástima y, a la vez, también repugnancia.

Busqué la palabra "limosna" en el diccionario y el resultado fue sorprendente: "Cosa que se da por amor a Dios para socorrer una necesidad". Y "dádiva": "Cosa que se da gratuitamente". Con esta información comprendí mejor al mundo. Busqué entonces intuitivamente "dadivoso": "Liberal, generoso, propenso a hacer dádivas".
O sea que mi madre era dadivosa, deduje. Me sentí orgullosa de ella y en mis momentos de  tristezas o confusiones comencé a pedirle a mis padres, parientes, profesores, amigas e incluso desconocidos en la calle "Un abracito, por amor a Dios!".
Teníamos a una tía abuela muy pobre. Vivía al otro lado de la ciudad; ahí donde las casas son de madera y los techos son tan frágiles que se vuelan si alguien suspira o estornuda. La tía Saruca fue  prostituta en su juventud, decían mis mayores. Carecía de una pierna y caminaba con dos muletas. Yo busqué la palabra "prostituta" en el diccionario y decía "Mujer que vende su cuerpo por dinero". Creí entender entonces por qué tenía una sola pierna. En su barrio vivía un hombre llamado Jesús María. Los enfermos y viejos iban donde él con  respeto a pedirle que les diera consuelo y consejos.
Saruca me llevó un día a conocerlo. Era dulce y parlanchín (según el diccionario: "Que dice lo que se debe callar") y sintiéndome perturbada ante su presencia le pedí "un abracito por amor a Dios!". Él me sonrió, me tendió la mano y me abrazó tiernamente.
O sea que me dio "...una cosa que se da por amor a Dios para socorrer una necesidad".
Ante esa situación inusual, muchos viejos enfermos, ladrones, prostitutas, limosneros y gente solitaria del barrio de mi tía me imitaron, recibiendo abrazos de ese sonriente joven pelucón y barbudo. Ese extraño dadivoso.
La noticia se hizo pública en todo Santiago de Chile y en las esquinas de la ciudad comenzaron a aparecer los llamados "limosneros de abrazos". Gente solitaria y necesitada de amor pedían  "un abracito por amor a Dios!" a los transeúntes.
Algunos decían que no había que aceptarlos, que la policía debería encarcelarlos por depravados y lascivos. Otros decían que eran prostitutas oportunistas y homosexuales degenerados.
Mi madre y yo les sonreíamos y les dábamos sus necesitados abracitos.
Y ahora ya  muy vieja y aún viviendo en Santiago de Chile, sentada al lado de mi estufa porque ya es otoño y hace mucho frío, despierto de estos recuerdos, tan sola, necesitando un abrazo de ese ser dadivoso que una vez me dio una limosna con tanto amor.


Publicado por REVISTA INFANTIL INTERNENES ESPAÑA
http://internenes.com/index.php?module=recursos&func=jugar&grp=cuentos&orden=2&id=12538

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4 comentarios:

  1. La inmensa bondad y ternura, la inocencia de aquella niña que comprendía el mundo aplicando su amorosa y cálida visión a las frías definiciones del diccionario, aquella niña, aún sigue viva.
    Cuando comencé la lectura de este relato, yo, que soy tremendamente parlanchina, y suelo anticipar mi propia visión del asunto antes de haberlo destripado por su lectura -aunque luego me recoloco y saboreo lo que realmente el autor dice, o, me reconforto viendo que intuí bien-, no sé por qué, pero inmediatamente me vino la imagen de la Puerta del Sol de Madrid: Cuando estoy allí -siempre- me invade, me sobrepasa y sorprende la cantidad de pícaros, pedigüeños, tullidos y falsos tullidos, compradores de oro, anunciantes andantes que por ella pululan, como abejas alrededor de un panal, y que me hace pensar que el Madrid de la picaresca del Siglo de Oro literario, sigue allí, con otros atuendos, pero de la misma manera, con las mismas artimañas, con la misma vehemencia, con la misma algarabía. Pero luego, se ha colado en mi alma la visión sobre el mundo de esa niña que ve donde los demás sólo sabemos mirar. Y me he azorado al verme entre estos últimos. Y me ha hecho preguntarme dónde está esa niña que, como ella, hubiera hecho de su pequeño mundo un Mundo con mayúsculas. Y ha removido mi conciencia esta visión mía sobre la madrileña Puerta del Sol: objetivamente subjetiva, fría y con seguridad viciada, e inmeditamente he sentido la necesidad de dar y recibir ese abrazo desinteresado, ese que las miradas sucias no pueden enturbiar. Y desde aquí, mientras el gélido viento del mediodía se cuela a través de mi ventana, envío a esta niña añosa que los demás ignoran, mi más fraternal, fuerte y cálido abrazo. Un abrazo que, en conciencia, probablemente me reconforta más a mí que ella.

    Y por extensión, te abrazo a ti, Ian, que fuiste capaz de parir un ser tan genuinamente puro.


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  2. Triste y al mismo tiempo entrañable relato. ¿Sabes, Ian?, la palabra limosna no me gusta, de hecho, nunca me ha gustado. Me suena a inferioridad y los seres humanos nacemos para vivir en igualdad; es la vida, somos nosotros mismos los que desenderezamos ese camino. Contradictoria definición la que se nos da: humanos siendo tan inhumanos. No podemos estar muy orgullosos de nosotros, la verdad.
    Estamos en fechas navideñas y , no se por qué será, pero nos volvemos más reflexivos, nos humanizamos un poco más, ¡ahhhhh...!, me hago tantas preguntas... Yo quiero pensar que todo el mundo tiene ese corazoncito que representa nuestra esencia de ser humano y que, a veces, está muy escondido, sólo muy escondido, que se necesitan vibracions positivas para que aflore al exterior.Por otra parte, cuando me asomo a ese "exterior" a la "realidad", me doy cuenta que la definición de humanos está herida.

    Un beso fuerte

    Fina

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  3. Tierno aunque triste relato, la inocencia cuando era niña y la soledad en la vejez

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